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Ídolos y héroes

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hugo burel
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El trato recibido por Luis Suárez cuando hace una semana llegó al Uruguay me hace reflexionar sobre la diferencia entre héroes e ídolos en la actividad que sea. Suárez fue esperado como un dios o como alguien distinguido por cualidades sobrehumanas.

La campaña de los hinchas para alentar su regreso fue noticia en el mundo. Sin embargo, es solo un futbolista, exitoso y crack sin duda, y lo que hace está previsto en el juego porque forma parte de lo que se espera de alguien de su talento y millonario sueldo. Como profesional su desempeño merece muchas veces el aplauso y quizá las lágrimas del hincha agradecido, pero no es un héroe -ni quiere serlo- pese a que en algunos momentos la opinión pública lo ha tratado como si lo fuera. Suárez no es más que un ser humano cuyo destino individual queda comprometido con la ilusión de miles de hinchas que ven en él un salvador y una compensación para muchas vidas grises que se redimen con un gol y un triunfo deportivo. Ese compromiso a veces es una carga difícil de sostener y depende de la madurez e inteligencia de cada elegido saber sobrellevarlo porque la vida moderna ha establecido una equivalencia falsa entre el ídolo y el héroe.

La palabra héroe proviene del griego antiguo hçrôs y puede ser aplicada tanto a hombres como a mujeres. El concepto apareció por primera vez en Grecia y fue introducido por Píndaro, que distingue entre dioses, héroes y hombres. Cuando era niño, mis héroes eran los de las revistas de historietas que leía con fruición después de hacer los deberes escolares. Estaban también los que veía en la pantalla del cine Lutecia, que por lo general iban a caballo y con un Colt 45 en la canana. Sabía quienes eran los héroes de la patria, pero me parecían más reales que Red Ryder o Superman.

La noción de héroe era algo vinculado a la fantasía, pero alejado de la realidad y de la Historia con mayúsculas. Entonces, cuando no conocía la sentencia de Bertolt Brecht --“desgraciado el país que necesita héroes”- no tenía necesidad alguna de ellos y solo los concebía como habitantes de la ficción. Esta evocación personal viene a cuento para reflexionar sobre la creciente necesidad de héroes que nos guíen, nos cohesionen como colectivo y, de ser posible, nos rescaten. Y ese fenómeno se está produciendo en todo el mundo y por lo general el heroísmo ahora recae sobre estrellas deportivas y del espectáculo. También en políticos populistas y mediáticos.

“El culto a los héroes es más fuerte allí donde es menor el respeto por la libertad humana”, escribió el filósofo Herbert Spencer para decir, desde otro lugar, lo mismo que afirmó Brecht. Los casos paradigmáticos en relación a esta sentencia abundan. Pese a que Spencer murió en 1903, con su reflexión anticipó el culto a la personalidad de José Stalin o Benito Mussolini. Necesitar héroes es disminuir las posibilidades del ciudadano común y atribuirle a seres excepcionales la obligación de impulsar cambios, resolver crisis, liderar cruzadas y apartarnos de todo mal.

De alguna manera todos necesitamos héroes, reales o imaginarios. Pero la naturaleza y la necesidad de los mismos ha cambiado con las épocas y hoy un héroe puede ser cualquiera al que la gente acepte como tal. “Un héroe es un individuo común que encuentra fuerza para perseverar y soportar a pesar de los obstáculos. Sin contar que eso lo hace el común de la gente todos los días”. Esto lo dijo Christopher Reeve, el actor que encarnó a Superman en el cine y quedó cuadraplégico luego de un accidente de equitación. Falleció en 2004 sin haber podido recuperarse. Qué paradoja haber encarnado al hombre de acero, un héroe con superpoderes en la ficción, y en la vida real terminar paralítico.

La divisa que Reeve sostuvo fue la que, sin proponérselo, levantaron los sobrevivientes de los Andes, en especial Fernando Parrado y Roberto Canessa. Su heroicidad no fue buscada sino impuesta por las circunstancias. Eso demuestra que un héroe no nace, se hace. El cineasta Emir Kusturica quiso mostrarlo con su film sobre José Mujica, como evidenció el título original de la película: “El último héroe”, que después se cambió por “Pepe, una vida suprema”. La estrategia fue clara: la gente necesita de héroes y cuando no los tiene, los medios y un relato interesado los inventan. Por eso la noción de lo que es realmente heroico se devalúa de forma permanente. Hoy se confunde al héroe con el ídolo y eso traiciona el concepto original.

Según Pedro Salinas, crítico español de la Generación del 27, el héroe fue sucesivamente: el inmortal, o héroe del mito. Después el guerrero, héroe de la epopeya o el cantar de gesta medieval. Luego, el ser excelso o héroe idealizado de las novelas sentimentales del renacimiento y el romanticismo. Por fin, un hombre corriente, el héroe de clase media o burguesa de la novela realista y naturalista del siglo XIX. Ahora la posmodernidad ha impuesto que los héroes actuales tengan siempre un sostén mediático y una condición pedestre y popular. Pero no es culpa de ellos. La masa los idealiza por un reflejo casi atávico y la necesidad de encontrar en su accionar un destello de salvación para todo.

La necesidad de héroes que padecemos es la prueba del desamparo que en muchos temas decisivos vive nuestra sociedad. El fin de las ideologías, la deserción religiosa, la manipulación de muchos relatos y la corrupción han producido un vacío de liderazgos que desemboca en fenómenos como Trump, Maduro o Bolsonaro. En política, el dramático ejemplo de la guerra de Ucrania, cuyo presidente Volodimir Zelenski ha tenido que asumir un liderazgo para el que sin duda no estaba preparado, muestra la vigencia del comentario de Brecht. De ser un actor y animador televisivo, devino en político y luego presidente. Hace 5 meses Zelenski enfrenta una invasión bélica criminal a su país, logrando de sus pares occidentales apenas declaraciones, relativo apoyo económico y escasas armas para que su pueblo se defienda. Es poco ante el tamaño de su enemigo. Se le ha comparado con Winston Churchill, nada más distante de la realidad. Las recientes fotografías que Annie Leibovicz le tomó junto a su esposa para la revista Vogue -denostadas en las redes por frívolas e inoportunas- demuestran que para ser Churchill hay que sufrir mucha sangre, sudor y lágrimas.

Como dice Arturo Pérez-Reverte: “Es muy fácil ser héroe rodeado de gente que te aclama, lo difícil es serlo en soledad, cuando el único testigo es el coraje, el honor, el valor”.

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