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El gran depredador

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HUGO BUREL
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Si se lo analiza con cierta suspicacia que va más allá de lo científico, hay que reconocer que el Covid-19 es un agente perverso y con una asombrosa capacidad de maniobra que desconcierta no solo a la medicina sino a otras disciplinas de estudio.

A veces uno tiende a pensar que el virus parece un depredador inteligente, a juzgar por una serie de comportamientos que han desconcertado a los expertos. En términos bélicos, plantea una guerra silenciosa y artera que tiene al mundo a maltraer.

Acabo de leer un informe de la BBC que se detiene en la incidencia de los contagios y niveles de mortalidad en África, escenario que una vez disparada la pandemia se descontaba sería crítico y posiblemente devastador. A favor de ello juegan los niveles de pobreza, cobertura de salud y el hacinamiento poblacional presente en muchas ciudades y centros urbanos de continente africano.

Sin embargo, todos esos factores que en lo previo estaban en contra de una estrategia de contención para el Covid-19, parecen haber actuado a favor. A medida que el número de infecciones sigue descendiendo en Sudáfrica y los casos se mantienen en niveles relativamente bajos en casi todo el continente, los expertos han llegado a una hipótesis que podría sorprender a muchos. ¿Puede que las condiciones de hacinamiento en África ofrezcan una posible respuesta al misterio que ha desconcertado a muchos expertos durante meses? ¿Qué pasaría si -dicho de manera cruda- la pobreza resultara ser una defensa contra la Covid-19?

Hoy Sudáfrica está en camino de dejar atrás su primera ola de infecciones con una tasa de mortalidad por Covid-19 casi siete veces menor que la de Reino Unido. También se argumenta que la edad promedio en el continente es exactamente la mitad de la de Europa. La edad es el factor de riesgo más alto por lo que la población joven de África está protegida, dijo Tim Bromfield, director regional del Instituto Tony Blair para el Cambio Global. Además, no se registran picos de contagio del Covid en los países africanos.

Según el informe de la BBC, la protección podría ser mucho más intensa en áreas densamente pobladas. Esto podría explicar por qué la mayoría ha tenido infecciones leves o asintomáticas. Los expertos están asombrados por la increíble cantidad de casos asintomáticos que se registran en África. ¿Puede ser la pobreza un factor de protección? Algo similar sucede en la India. ¿Entonces, son los pobres latinoamericanos diferentes a los africanos? ¿Los hacinados en las más de 1800 villas miseria bonaerenses no se benefician del hacinamiento? ¿Por qué eso no funciona en Brasil?

Todo lo anterior lleva a reflexionar que, como se ha dicho, el Covid-19 casi no afecta a los niños, es mayormente letal en los mayores de 65 años, aliviana su daño en los jóvenes que se enferman pero no se mueren. Pero ahora se le agrega esta incidencia de la pobreza y el hacinamiento que, supuestamente, protege a los carenciados.

Eso no sucede, obviamente, en los países desarrollados, con lo cual en apariencia se trata de un virus selectivo con estrategia geopolítica y una clara discriminación por edad. Pero el detalle más notable de su diseño -dicho esto con toda intención- es la inquietante presencia de los asintomáticos, que en algunos países llegan al 50 por ciento de los infectados. Un asintomático funciona como una bomba de tiempo cuyo estallido se reproduce en todos los que se infectaron a partir del contagio de este. Es una especie de terrorista silencioso de la pandemia. Es el arma secreta del Covid-19.

Si nos detenemos en la región, es asombroso que Uruguay, situado entre dos colosos que atraviesan situaciones críticas ante el virus y con una amenazante frontera seca que todos los días se expone a la amenaza brasileña, se haya preservado de un colapso de contagios. En esto mucho ha incidido la estrategia del gobierno y el comportamiento de los ciudadanos, pese al afloje de la Noche de la Nostalgia y algunos otros episodios, como marchas de protesta sin tapabocas ni distancia social. El caso uruguayo ha merecido comentarios elogiosos en el mundo y me pregunto si los expertos tardarán mucho en reparar que la vacuna BCG o el consumo masivo de mate pueden haber influido en el curso relativamente benigno de la pandemia en el país.

Volviendo al tema central de esta nota, es evidente que el Covid-19 parece seguir pautas de comportamiento diferentes aún en contextos geográficos y ambientales similares. Igualmente terrible es el tipo de daño económico y social que provoca, colapsando el turismo, la industria hotelera, el teatro, el cine, los espectáculos masivos, la convivencia social y la libertad de viajar. Obviamente, la suspensión de las competencias deportivas con público, en especial el fútbol, ha sido también un golpe. Todo eso forma parte de los placeres de la vida cuya postergación trae consecuencias no solo materiales sino psicológicas severas.

El distanciamiento social, la veda a la educación presencial, ni que hablar la pérdida de puestos de trabajo y el cierre de pequeñas y grandes empresas, además de la suma incesante de muertes, afectan de modo irreversible a las sociedades generando reacciones temerarias e irracionales, como las protestas que se han dado en ciudades europeas en rechazo al tapaboca. En la guerra psicológica, el Covid-19 es implacable.

Por último, la competencia de las vacunas y el hecho insólito de que se estén desarrollando 178 en el mundo -apenas nueve con chances de estar disponibles en el corto plazo- desnuda otra situación inquietante: salteándose etapas o acelerando los plazos normales de prueba y error, el Covid-19 ha puesto en jaque a los científicos apurando procesos que habitualmente insumen años para reducirlos a meses. Eso genera ansiedad en los países, que esperan la vacuna como el maná del cielo. Pero también desnuda la guerra política.

Rusia ya anunció su éxito con la dudosa Sputnik V. China acaba de hacerlo anunciando la vacunación exitosa en miles de ciudadanos, sin efectos secundarios y con tres años de vigencia. Donald Trump clama para que la vacuna norteamericana esté lista antes de las elecciones. La ciencia está en la vanguardia de esa lucha de poder.

Como sostienen ciertas teorías conspirativas, el gran depredador está “reseteando” el mundo.

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