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Ganarle a Gramsci

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Hugo Burel
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A 80 años de la muerte de Antonio Gramsci, distinguidos colegas que escriben en esta página han reflexionado recientemente sobre la influencia que este periodista, dirigente y teórico comunista italiano ha tenido en la estrategia de la izquierda uruguaya para la conquista del poder.

Los criterios que aportó la teoría gramsciana refieren sobre todo al control del aparato estatal y a la construcción de una hegemonía cultural para dar respaldo al accionar revolucionario y político. Se ha señalado que en nuestro país esa construcción ha llevado décadas, y su logro principal fue desplazar con éxito a la anterior hegemonía liberal que había caracterizado al Uruguay desde los albores de la Nación. Ese accionar se desarrolló en varios ámbitos, en especial en la educación y en la cultura en todas sus manifestaciones, sobre todo a partir de la noción del "intelectual orgánico", protagonista decisivo de esa estrategia.

Con la izquierda en el poder desde hace más de un cuarto de siglo en Montevideo y en su tercer período de gobierno en lo nacional, cualquier reflexión a propósito del aporte de Gramsci a ese ascenso es inevitable y llama la atención que —bien avanzado el siglo XXI— recién se repare en ello con cierto rigor. No voy a detenerme en cómo se instrumentó esta estrategia, pero sí intentaré esbozar algunas consecuencias de su aplicación en los escenarios de la cultura. Gramsci ha triunfado y hay en el país una cultura hegemónica que la izquierda comenzó a construir con éxito desde hace por lo menos sesenta años. No hay manera de entender el Uruguay actual si no se repara en esto.

En ese contexto, la producción cultural, los criterios de evaluación y crítica, la valoración de los creadores, los contenidos de las obras y en general las preferencias culturales de muchos uruguayos, fueron necesariamente influidos por esa hegemonía, aún en la consideración más bienintencionada de su aplicación. Pero hay otra consecuencia decisiva: esa cultura se ha convertido en un modo de ser y pensar petrificado e inamovible y con consistencia de relato indiscutido. Estar por fuera del círculo hegemónico muchas veces equivale a exponerse a la reprobación o el ninguneo de quienes legitiman el quehacer cultural y político. Dime como piensas y te diré qué tan bueno es lo que haces. Y atención: eso también funciona hacia adentro de la propia izquierda.

Los partidos de oposición, que pretenden disputarle el poder a la izquierda en las próximas elecciones, parecen no valorar esta realidad que es refractaria a todo cambio en el modo de pensar y que a veces parece operar por inercia. No se plantean que el cambio político que buscan necesita un sacudón cultural previo. Ni la economía, ni la inseguridad, ni los impuestos, ni la educación, ni la corrupción administrativa son decisivos. Los que quieran encarar en serio la disputa tienen que enfrentar la hegemonía cultural y proponer algo distinto. Un nuevo imaginario que recupere el talante liberal, tolerante y abierto a todas las ideas que una vez tuvimos.

Lo dijo Gramsci: "La realidad está definida con palabras. Por lo tanto, el que controla las palabras controla la realidad". Por si muchos todavía no se dieron cuenta, este es el verdadero escenario en el que se juega.

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