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Fútbol año cero

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Hugo Burel
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En alguna columna anterior reflexioné que el fútbol había dejado de ser solo un deporte y se había convertido en un negocio planetario, en una estructura de poder trasnacional y en un espectáculo para las masas en donde lo estrictamente deportivo se relativiza, porque está sometido a intereses económicos que prevalecen sobre lo demás.

Los escándalos de corrupción generados en la propia FIFA poco tiempo atrás demostraron que el fútbol se administra con procedimientos mafiosos y delictivos. Lealtades y traiciones son moneda corriente y la compra de votos hace sospechosa la elección de las sedes mundialistas. A nivel sudamericano el asunto olía tan mal que solo Sebastián Bauzá, titular de la AUF hace cuatro años, quedó fuera de la trama de corrupción que se llevó puesto al inefable Eugenio, como familiarmente lo llamaban los periodistas obsecuentes con el poder. Mientras escribo esto, la prensa informa que el anterior presidente de Conmebol, Juan Ángel Napout acaba de ser condenado a 9 años de prisión por el escándalo del Fifagate. Entonces, ¿qué autoridad tienen esos organismos para imponer la intervención del fútbol uruguayo?

Viendo quiénes llegaron a sustanciar la intervención, se puede afirmar que hemos tocado fondo: dos ignotas damas paraguayas y el hijo de un campeón mundial argentino con nombre de brasileño son los virreyes que vinieron a tirarnos de las orejas. En esto ha desembocado el fenomenal berrodo en el que naufraga el glorioso fútbol uruguayo. Su trama reciente acumula luchas de poder, audios comprometedores aportados por el empresario Alcántara, intentos de extorsión investigados por la justicia, renuncias varias, coimas, cartas incriminatorias, denuncias de golpes de estado, comparación de Lugano con el Goyo Álvarez, el rol de Paco, el escribano Welker como mensajero desairado, Ríos autor intelectual, el periodismo afín a "la empresa" y el otro, el Presidente de la República y el secretario de deportes desobedecidos por la votación de nueve contra ocho, el reclamo ante el TAS y el destrato de FIFA y Conmebol a una asociación que, por su antigüedad y trayectoria, tenía derecho a hacer sus descargos antes de ser invadida por tres cuatros de copas. Se podría seguir agregando detalles a esta sucesión de hechos y personajes que en las últimas semanas han representado un reality show por momentos penoso.

Hace muchos años, escuchando un partido que relataba don Carlos Solé, lo oí decir: "este partido es una joronda" para expresar que era un encuentro mal jugado, entreverado y sucio. Entonces creí que la palabra "joronda" existía y su significado condensaba lo que Solé pensaba sobre lo que estaba relatando. Él era un hombre que siempre usaba las palabras justas y poseía un vocabulario que estaba muy por encima de lo que el relato de un partido le exigía. Ahora, la palabra ha regresado a mi memoria a propósito de esta debacle que devasta nuestro fútbol. Pero hete aquí que buscando el significado preciso de "joronda", descubro que no existe y el diccionario no la registra. ¿La inventó Solé en uno de esos raptos de fastidio que tenía cuando lo que trasmitía no le gustaba? Poco importa si la palabra existe, pero de acuerdo al sentido que le dio Solé, me parece perfecta para describir el descalabro de nuestro deporte más popular.

Al respecto, no debemos olvidar que fueron las propias estrellas de nuestro seleccionado, idolatradas por el pueblo futbolero, las que solicitaron que la AUF fuese intervenida y por lo que ha trascendido exigen su integración al nuevo comité ejecutivo cuyo estatuto deberá ser aprobado en seis meses. Más allá de la razón que pueda asistirles en esa exigencia, qué duda cabe que en esto, como en otras aristas de este escándalo, el fondo de la cuestión es el dinero. Como se dice popularmente: esto es por plata.

Todas las máscaras han de caer luego del tsunami que sacude nuestro fútbol. Ese quinto puesto del ranking de FIFA es ilusorio en relación a la realidad objetiva del deporte porque a nivel regional sus clubes hace 30 años que no ganan nada importante. Los jugadores que lideran esta movida perciben cantidades obscenas si se las compara con lo que cobran no solo sus colegas del medio, sino cualquier persona que estudió y ejerce una profesión liberal. Desde esa opulencia es fácil jugar a ser Robespierre.

Llamar regularizadora o interventora a la comisión recién formada y presidida por el senador Pedro Bordaberry no hace a la cuestión. Creer que el nuevo estatuto que se apruebe solucionará lo que por años ha venido operando como un tumor lento que no tiene cura, es ser muy optimistas. Definir al nuevo estatuto como "la constitución" como ha dicho Diego Lugano, politiza el asunto porque la integración de la comisión se nutre de la política partidaria, lo cual sintoniza con las raíces históricas del gobierno del fútbol. En medio de la mayor crisis de su historia reciente, era lógico que el comité de salvataje se integrase con figuras políticas, sugerencia que también hicieron los jugadores.

Esto que he intentado resumir es claramente una "joronda" como dijo Solé. La debacle también es el precio a pagar por el alto grado de improvisación y voluntarismo que ha campeado en nuestro fútbol y el llamado "proceso" es la excepción que confirma la regla. Precisamente, los jugadores protagonistas de ese proceso le ponen una lápida al prolongado macaneo local. El "año cero" del título expresa que nuestro fútbol, tal como lo conocimos, se terminó. Lo que sobrevenga —aunque el TAS falle a favor de los clubes denunciantes— será distinto pero no sé si mejor.

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