Publicidad

El discurso vacío

Compartir esta noticia
SEGUIR
Hugo Burel
Introduzca el texto aquí

Como suele ocurrir en el país, los temas accesorios a veces tienen preeminencia sobre los principales y entonces se pierden las referencias para analizar las cuestiones de fondo.

Eso es lo que ha ocurrido en los últimos meses con la cadena televisiva de la Presidencia en la cual el periodista Fernando Vilar asumió comunicar el mensaje que le hubiera correspondido decir al Presidente.

Abordar ese asunto indagando si el profesional cobró o no por sus servicios o quién los pagó ha distraído sobre lo esencial y postergó la discusión sobre lo medular: ¿por qué el Presidente no compareció ante la ciudadanía para hablarnos de lo mismo que habló Vilar? Hasta ahora nadie ha respondido de manera satisfactoria a esa pregunta. Más allá del tiempo transcurrido desde aquella cadena que se realizó el pasado martes 27 de febrero, vale la pena reflexionar sobre el sentido de esa ausencia del primer mandatario y las interrogantes que el hecho dejó planteadas.

Algunos analistas han sugerido que Vázquez decidió no comparecer por cadena luego del episodio de la escalinata del Ministerio de Ganadería, cuando discutió cara a cara con un colono en un clima de tribuna deportiva. No es de recibo esa especulación y no es posible seguir sumando sospechas y subjetividad para justificar una decisión que, bajo los parámetros que refieren a la investidura presidencial, sigue sin entenderse. Tal vez el Presidente tuvo en cuenta el sabio consejo de Laurence Peter, creador de los célebres principios que llevan su nombre: da un discurso cuando estés enojado y harás el mejor de los discursos de los que te arrepientas.

Pero aquí conviene dejar de lado al Dr. Tabaré Vázquez y enfocar el tema desde el punto de vista de lo que los ciudadanos esperan —y merecen recibir— cuando un presidente, del partido que sea, tiene algo importante que comunicar. Sobre todo en un contexto de respuesta al reclamo de un importante colectivo que en instancias previas había sido ignorado por la agenda presidencial.

Cuando un primer mandatario habla a la ciudadanía, además de representar al gobierno, asume la condición de primer ciudadano del país y entonces su alocución tiene un interés general y lo que comunica trasciende el marco político partidario. Es el presidente de todos y no la figura principal del partido que está en el poder. Pero si ese presidente delega su discurso en una persona que no integra su gobierno pero actúa como comunicador o simple mensajero, está renunciando a su peso y autoridad, a su capacidad de convicción para trasmitir sus ideas sobre el tema que sea y a la credibilidad de su palabra como gobernante.

Los que vieron la película Las horas más oscuras pueden recordar la circunstancia dramática en la que la palabra del primer ministro Winston Churchill habría de galvanizar a los ciudadanos británicos para una lucha que sería larga y dura. El film acierta en la recreación de ese discurso decisivo a través de los micrófonos de la BBC con el imponente Gary Oldman actuando esa alocución del líder para inflamar el patriotismo de los ciudadanos y combatir a Hitler. Por supuesto que no establezco una comparación con un episodio histórico que iba a cambiar el curso de una guerra. Pero sin dudas este se vincula con el que motiva esta columna en algo fundamental: hay investiduras cuyas responsabilidades no admiten la delegación y menos cuando se trata de comunicar mensajes trascendentes. Y lo que dice un presidente, siempre lo es.

Cuando el Senador Mieres realizó un pedido de informes a Presidencia para saber si se pagó y quién lo hizo por los servicios de Vilar, atendió a la parte accesoria del asunto. Lo central de la cuestión es por qué el Presidente renunció a la comunicación personal de un mensaje que insumió casi media hora de trasmisión a cargo de un profesional solvente. Algunos argumentan que ese mensaje fue de la Presidencia en cuanto institución y no del Presidente en tanto persona. Algo absurdo por donde se lo mire. La profusión de hechos, planes, cifras, logros y todo el contenido incluido en los 28 minutos que insumió la cadena, pudo y debió ser expresado por el Presidente. Es parte de su trabajo hablarle a la ciudadanía cuando la ocasión lo amerita. Cuando un presidente habla, el mensaje y el mensajero no pueden disociarse. Son lo mismo y en ello radica la importancia de ese mensaje, por empezar su credibilidad. El rango del emisor hace a la trascendencia de lo comunicado y los receptores —los ciudadanos— asumen esa trascendencia cuando deciden ver y escuchar lo que el presidente tiene que decirles. No tengo dudas que esa noche la audiencia esperaba a Vázquez y se encontró sorpresivamente con Vilar.

¿Qué ha quedado de todo esto? Como el prosecretario de la presidencia Roballo ha dicho con razón: nadie reparó en el contenido, en lo que se comunicó porque la atención se puso en todo lo accesorio. ¿Quién es el responsable de eso? Los que instrumentaron esa cadena sin la presencia del protagonista indicado y natural. La paga del interpuesto comunicador, el responsable de comunicar, las cartas aclaratorias, el reportaje que disparó la polémica, sepultaron rápidamente lo comunicado. Así, el discurso se vació de contenido y no cumplió con la finalidad buscada, más allá de que en su momento muchos de sus pasajes fueron refutados por la oposición.

Es probable que en el futuro éste sea un caso de estudio en las carreras de Ciencias Políticas, Relaciones Públicas y Comunicación. No por las consecuencias que tuvo en lo estrictamente político sino en lo referente a la insólita cadena de errores que el gobierno y el entorno presidencial más íntimo cometieron en la ocasión.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad