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La decisión de Valverde

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hugo burel
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En los pasados días los medios audiovisuales difundieron la jugada decisiva de la final entre el Real y el Atlético Madrid en la cual nuestro compatriota Federico Valverde corta un avance de Álvaro Morata con un oportuno foul que evita la segura caída de su valla.

Como consecuencia de ello, Valverde es expulsado, pese a lo cual fue elegido como “el mejor jugador” del encuentro que se definió por penales a favor de los de la Casa Blanca.

En un partido que culminó en empate a cero tras un alargue, puede decirse que la patada del Pajarito -en el final del tiempo suplementario- equivalió a un gol, no en lo deportivo pero sí en lo relativo al criterio del futbolista que arriesgó su expulsión al servicio del equipo. Su decisión dejó de lado la corrección futbolística y el atildado Valverde se convirtió en segundos en un implacable killer que hizo lo que tenía que hacer, tal cual lo reconoció el propio técnico rival.

Muchos puristas dirán que el recurso no condice con las estimables condiciones técnicas de Valverde y que la expulsión debió bajarlo del podio al mejor jugador. Pero aquí entramos en un terreno que va más allá de lo futbolístico y que tiene que ver con la capacidad de alguien para evaluar una situación adversa y actuar con eficacia haciendo lo que hay que hacer.

En tal sentido, el ejemplo de Valverde trasciende lo futbolístico y se aplica a cualquier actividad. La decisión que tomó en plena carrera y sin tiempo para hacer otra cosa que la que hizo, demuestran inteligencia y sentido de responsabilidad. Lo deportivo y políticamente correcto hubiera sido seguir corriendo para nunca llegar a la pelota. Pero en una fracción de segundo, Valverde evaluó que ese esfuerzo sería inútil. No le quedó más remedio que el foul, y lo hizo.

En un país que ama tanto el fútbol e idolatra a sus futbolistas a niveles de adoración se puede extrapolar el ejemplo de Valverde a otros escenarios.

Qué pasaría en Uruguay si la decisión y el riesgo que tomó Valverde se aplicasen a los grandes temas que nos agobian e imposibilitan ganarle, por ejemplo, al atraso educativo, a la inseguridad o al creciente desempleo.

¿Qué impide que de una vez por todas empecemos a hacer lo necesario y urgente, sin dilaciones producto del gradualismo tan uruguayo, la corrección política bienpensante, la discusión interminable o el cálculo de costo beneficio de aquí a las próximas elecciones? Hay demasiados temas que desde hace tiempo vamos corriendo de atrás, como Valverde a Morata.

¿Tenemos claro que o los paramos o nos llevan puestos hacia el desastre?

El delito, el narcotráfico, la ignorancia cada vez más extendida en la población menos pudiente, la violencia femicida, el infierno de las cárceles, el abigeato o la cultura que se devalúa día a día por el déficit educacional, parecen imparables y no se han planteado hasta ahora acciones que ataquen de manera resuelta esos azotes que deterioran sin pausa la convivencia y amenazan el futuro del país.

Prometer cambiar el ADN de la educación fue un enunciado esperanzador del gobierno saliente, pero quedó solo en la resonancia de un titular con gancho. Las pruebas PISA siguieron marcando el deterioro de una realidad educativa que nos aleja de los niveles del primer mundo.

De la misma manera haber declarado la emergencia nacional ante la ola de femicidios ha sido una medida tardía que demuestra con cuánta lentitud se reacciona ante asuntos que no admiten dilación para resolverlos. El propio colectivo feminista lo ha dicho de manera contundente.

Obviamente, la imagen que he traído de Valverde y su foul está planteada en un sentido metafórico: decidir y hacer en segundos no es posible en política ni gobierno. Pero lo que sí es de recibo es la actitud de ir a cortar el peligro con convicción y sin dudar.

En tal sentido el nuevo gobierno que se instalará el 1 de marzo lo hará corriendo de atrás problemas de larga data en el país. No habrá tiempo para las dudas ni los planteos de paños fríos. Tendrá que atacar desde el arranque situaciones que han ido creciendo de manera exponencial y no resisten más demora en encararlas a fondo. La primera de todas ya fue enunciada hace diez años cuando asumió el presidente Mujica: educación, educación y educación. Ya sabemos en qué se tradujo esa expresión de deseos: el foul a ese rival del desarrollo social nunca se cometió y Morata entró al arco con pelota y todo.

Lo anterior es producto de que en estos últimos años hemos padecido un abuso de lo verbal, porque el gobierno prometió demasiadas cosas que no cumplió, en especial a partir de aquella primera arenga de hacer temblar hasta las raíces de los árboles.

El escritor norteamericano Phil K. Dick dijo una vez: “La herramienta básica para la manipulación de la realidad es la manipulación de las palabras. Si puedes controlar el significado de las palabras, puedes controlar a la gente que debe usar las palabras.” Eso ha sido aplicado para generar un relato que pretendió monopolizar el cambio y la panacea social como patrimonio de una única ideología y un solo partido. Se acuñaron slogans como aquel del país de primera al que aún no hemos llegado y se abusó de una jerga inclusiva que destroza el lenguaje.

Ahora es el tiempo de responder a ese relato, no con un relato sustitutivo hecho solo de palabras sino con acciones de urgente aplicación. Sin dudas que será difícil atender todos los frentes de la problemática del país, pero lo esencial es asumir con rapidez y acuerdos políticos la toma de decisiones. Aplicando el método Valverde: inteligencia, convicción y pierna fuerte.

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