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¡Es la cultura, estúpido!

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Pablo Da Silveira

Parece que fue Bill Clinton quien acuñó la frase: "¡Es la economía, estúpido!". Según una interpretación usual, esto significa que los gobiernos deben ocuparse del éxito económico, porque el éxito político luego llega solo.

Si esto fuera así, el gobierno del Presidente Mujica debería estar mejor que nunca. El país lleva años de fuerte crecimiento, la recaudación fiscal no ha parado de aumentar y la mayoría parlamentaria le ha permitido gastar cuanto ha querido. Sin embargo, la segunda administración frentista tiene cada vez más problemas.

El intento de anular la Ley de Caducidad la ha colocado en una posición difícil. Si su bancada aprueba en Diputados el texto que ya aprobó en el Senado, se convertirá en el primer gobierno de la historia nacional en haber ignorado dos pronunciamientos populares. Y si decide dar marcha atrás, el modo en que tramitó el asunto dejará en claro que lo hizo por cálculo y no por convencimiento.

En otro frente, la campaña de recolección de firmas lanzada por el senador Bordaberry puede llevar al oficialismo a una derrota en las urnas. Y, por primera vez en mucho tiempo, la interna militar vuelve a los titulares de los medios.

¿Cómo explicar esta situación que parece ignorar la bonanza económica? La respuesta parece estar por el lado de la cultura política.

Las idas y venidas en torno a la Ley de Caducidad han mostrado hasta qué punto nuestra izquierda tiene una relación puramente instrumental con el orden democrático. Mientras ese orden le sirve para alcanzar sus objetivos, no tiene inconvenientes en respetarlo. Pero en cuanto le genera dificultades, reaparece con fuerza su tendencia a salteárselo. El freno lo están poniendo los ciudadanos a través de las encuestas que lee el gobierno.

Algo similar ocurre con la seguridad. Si la campaña de recolección de firmas tiene la fuerza que sin duda tiene, eso se debe a que los gobiernos frentistas ignoraron durante años los reclamos de la sociedad. Las anteojeras ideológicas de la izquierda le permiten ver las situaciones de privación que pueden alentar comportamientos delictivos, pero no la desazón ni el dolor que genera el Estado cuando deja de cumplir su parte del contrato que lo obliga ante los ciudadanos.

En cuanto al tema militar, las declaraciones formales no alcanzan para ocultar algo muy serio: la izquierda sigue sin conseguir ver a las fuerzas armadas como una parte normal del Estado. La idea de enemigo sigue pesando. Ese fenómeno ya se reveló en el momento en que José Mujica se preparaba para asumir la Presidencia, cuando hubo que explicarle que debía aceptar el saludo de los comandantes porque es un rito que confirma la subordinación de los militares al poder civil. Una izquierda que durante mucho tiempo despreció a la democracia formal sigue sin dominar sus códigos.

La frase de Clinton parece funcionar en un sentido pero no en otro. Si la economía anda mal, difícilmente pueda haber éxitos políticos. Pero la bonanza económica no asegura el éxito de un gobierno. Esto es especialmente cierto si se gobierna desde una cultura ajena a la tradición democrática.

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