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La conspiración

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HUGO BUREL
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Como dice la cita cuyo autor se ha olvidado: “El mejor truco del Diablo es hacernos creer que no existe”. 

Esa frase es aplicable también a las teorías conspirativas que se invalidan precisamente por ser lo que son: un cúmulo de ideas aparentemente arbitrarias y disparatadas en las que nadie debe creer.

Para colmo muchas se difunden en las redes, con lo que el medio invalida el mensaje. Pero esas teorías existen y circulan para ser denostadas y combatidas por el discurso racional y políticamente correcto. Al igual que el Diablo, las teorías conspirativas siempre se presentan para que la opinión pública las descrea.

A propósito de la epidemia del COVID-19, desde China, los propios chinos han lanzado la especie de que el virus fue creado por el ejército de los Estados Unidos y difundido en la provincia cuya capital, la ciudad de Wuhan, es centro del desarrollo de la tecnología 5G, como manera de perjudicar a la nación en la guerra comercial que ambos países mantienen.

Como respuesta a esto, Donald Trump no tuvo mejor idea que llamar al COVID-19, “el virus chino”, con lo cual lanza la sospecha de que la enfermedad fue creada por China como supuesta arma bacteriológica.

A su vez circula un video que describe una estrategia del gobierno chino para aprovecharse de la pandemia que ellos mismos han difundido -pérfidamente primero en su propio territorio para que nadie sospeche- y provocar el desplome de las acciones de las empresas europeas y norteamericanas instaladas en la República Popular China-, recomprarlas a precio vil y así tener el control absoluto de aquellas.

Como se puede ver con tres elementos tenemos una teoría conspirativa tan elaborada como increíble. La podemos aceptar en el cine, en una serie o en una novela de Dan Brown, pero nunca en el mundo real. Ese es el truco: no creer que la realidad puede superar a cualquier ficción.

Las teorías conspirativas no son invenciones desaforadas de mentes paranoicas sino una lectura diferente de lo que creemos que sucede. El hecho de que ni bien aparecen sean desacreditadas, no evita que se difundan y circulen. Para el establishment siempre tienen un costado desestabilizador y potencialmente subversivo. Existan o no, las conspiraciones siempre logran que nadie las investigue en serio porque ellas mismas generan el antídoto.

Si alguien se propone indagar a fondo en una conspiración que se mueve en la sombras es desacreditado. Tanto el cine como las novelas han banalizado el tema de los que desenmascaran conspiraciones secretas y eso en la realidad siempre se contamina de ficción. A ver cuántos se animan a investigar a fondo las actividades del Club Bilderberg o los negocios de Donald Trump en Rusia antes de que fuera presidente.

Voy a enumerar en forma desordenada una serie de eventos o nombres aparentemente inconexos: Torres Gemelas, Guerra de Irak, Al-Qaeda, Crisis Financiera de 2008, manipulación genética, muerte de Bin Laden, Estado Islámico, Primavera Árabe, desafíos armamentísticos de Corea del Norte, Vladimir Putin controlando la ex Unión Soviética y digitando las elecciones norteamericanas, llegada de Donald Trump, Brexit, crisis migratorias, populismos, independencia de Cataluña, chalecos amarillos en Francia, neonazis de Alemania, guerra comercial entre China y Estados Unidos, coronavirus, colapso sanitario mundial, desplome de las bolsas, caída del precio del crudo, caos planetario.

Todo esto ha sucedido en los primeros diecinueve años del presente siglo, el escenario ha sido el hemisferio norte y el colapso mayor se registra en occidente bajo el impulso incontenible de la globalización. ¿No es significativa esta sucesión de hechos?

Ahora, vuelvo a la pandemia: es imposible no unirla a esa serie de eventos desestabilizadores a los que, dicho sea de paso, se les suma la amenaza del cambio climático.

Por supuesto que los negacionistas de esa realidad -con Trump y Bolsonaro a la cabeza- también niegan o infravaloran la epidemia. A su vez, los que se oponen a la globalización están de parabienes con el COVID-19, que demuestra que los flujos comerciales abiertos y la libre circulación de lo que sea terminan por sumir al mundo en el caos.

Por supuesto que el problema inmediato es sanitario pero a la larga va a pasar, como los propios chinos lo están demostrando. Tarde o temprano se va a lograr producir una cura y luego una vacuna y al contarse la cantidad de muertos quizá se relativice el grado de letalidad de la pandemia. Entonces el balance se centrará en la economía, en la destrucción de puestos de trabajo, en la quiebra de empresas y posiblemente países y en un nuevo orden que va a emerger tras la tragedia. Ojalá se sepa quién ganó con el desastre.

Hace cinco años en una conferencia, Bill Gates advirtió y predijo lo que ahora está sucediendo con el coronavirus. Pero antes, en 1981, el escritor norteamericano Dean Koontz anticipó en su novela The eyes of Darkness la pandemia actual con detalles escalofriantes como el año 2020 y el origen del virus, denominado en su ficción Wuhan-400.

Obviamente esto es más inquietante que cualquier teoría conspirativa que hoy podamos denostar. Aunque el virus real se ensañe con los adultos y parezca ser inofensivo o benigno -por suerte- para los niños, esto no significa que su letalidad haya sido programada. ¿O sí?

No debemos descartar que los servicios secretos de varios países estén procurando desentrañar una conspiración que, en caso de existir, sería tan siniestra como increíble.

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