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Celeste y Rosado

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hugo burel
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Voy a dedicar mi última columna de este año a un episodio que demuestra el grado de majadería que a veces puede haber en la política.

Alcanzadas las firmas para que se pueda realizar el referéndum sobre la LUC, el color de las papeletas que identificarán al NO y al SÍ originó protestas de los impulsores de la consulta popular ante la Corte Electoral. ?

Según informó el matutino El Observador, la propuesta de asignar colores a las papeletas se aprobó en una votación dividida en la Corte Electoral.?Los cuatro ministros de la coalición plantearon?tomar el último antecedente del referéndum contra la ley de asociación de Ancap, que se realizó en diciembre del 2003, con idéntica distribución de colores para el “SÍ” y el “NO”. Los cuatro representantes del Frente Amplio en el órgano electoral solicitaron utilizar boletas blancas, pero se entendió que esto podría inducir a errores y a “confusión” a la hora del sufragio.

Para dar “mayores garantías”, el voto decisivo para utilizar el rosado y el celeste lo dio el miembro independiente de los partidos políticos y presidente de la Corte, el Dr. José Arocena. Hasta aquí los hechos tal como sucedieron.

Una vez anunciados los colores y su distribución, un dirigente de la comisión que busca derogar la LUC expresó su desacuerdo con el reparto y consideró que la adjudicación del celeste a quienes quieren mantener los 135 artículos que se impugnan era una medida que no le hacía bien a la democracia.

Dijo que el celeste identifica a todo el país y debería estar vedado para las dos opciones. Habló de “atajo” y “ventaja” para una opción que “ha optado por el ocultamiento”.

Confieso que llegar al fin de este año intenso y con todas las dificultades que ha ocasionado la pandemia y asistir a ese tipo de quejas por parte de un representante político me provoca un gran desaliento.

Creer de manera fetichista y antojadiza que en este contencioso el color de la boleta puede incidir en el votante y en el resultado es un ejemplo desolador del menudeo en que se incurre cuando simplificar y estar en la chiquita se juntan. A propósito de los colores en disputa, la ministra Ana Lía Piñeyrúa recordó que con el color celeste la papeleta del “NO” perdió por goleada en el plebiscito de 2003.

En todo esto subyace una especie de pensamiento mágico que con seguridad deriva de la mística de la selección del fútbol y de la convicción muy profunda de que, como la gente va a votar lo que desconoce, un color deberá guiarla para que no se equivoque.

Es admitir que rasgarse las vestiduras y batallar contra 135 artículos de una ley aprobada por el soberano -el pueblo a través de sus representantes en el Parlamento- es una forma de encontrar las banderas perdidas y levantarlas al voleo para enfrentar a un gobierno con alto nivel de aprobación.

Sería bueno que, con tantas encuestas que se realizan, alguna nos diga de los que firmaron para que haya consulta cuántos conocen realmente los artículos en cuestión.

Pero, además, ¿qué ventaja objetiva puede dar un color sobre el otro? El que identifica a los que se oponen a la ley, si argumentaran y convencieran sin engañar ni mentir, quizá podría triunfar. Pero no es por el color que eso puede suceder. El tema es, entonces, la simplificación y el reduccionismo.

Apelar a un detalle cromático o de identidad colectiva es una cuestión indemostrable, además de una convocatoria a votar colores y no contenidos.

Finalmente, el reclamo de los promotores del referéndum no tuvo andamiento y los colores adjudicados ya empezaron a circular. Ojalá la campaña de las dos opciones no se centre en las posibilidades del arco iris o en la mística que tal o cual color pueda adquirir en el fragor del debate, que promete ser duro.

Los colores son una anécdota porque lo que está en juego es mucho más que el mantenimiento o no de la ley en cuestión. Hasta finales de marzo, el país estará enfrascado en un debate redundante, porque la coalición que gobierna no ocultó nunca la ley y ésta tuvo instancias de debate con artículos votados por el colectivo que hoy la impugna. Sin embargo, los reflejos de la antigua política y la necesidad de enfrentar a la coalición gobernante con un procedimiento eleccionario, dicen claramente que no se trata de la LUC. El asunto, como ha dicho el ministro Pablo Mieres, es gobierno SÍ o gobierno NO.

Con un mundo en crisis y una región sobrecargada de incertidumbre, que una ley aprobada en el libre juego democrático se someta a este plebiscito es un derecho que nuestra acrisolada democracia nos permite.

Y por supuesto que no condeno el procedimiento, democrático y previsto en la Constitución. Pero nunca es bueno abusar de los recursos que permiten su ejercicio directo. Sin embargo, las opciones y oposiciones binarias siguen operando en nuestra historia y lo que hoy definen los colores de las papeletas en realidad es una división más profunda que sigue sin resolverse. Se trata de saber qué país queremos y cómo nos ponemos de acuerdo en lograrlo.

La ley en cuestión estuvo en el programa de la coalición que ganó y sus votantes la apoyan.

Esto es solo una pulseada con que la oposición busca medir su músculo político y posicionarse ante un gobierno aprobado por la mayoría a casi dos años de instalado y atravesando la mayor crisis mundial del siglo.

Lo de los colores es solo un detalle que no hace al tema de fondo.

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