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Carmen y Arroz con leche

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Hugo Burel
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El pasado enero, en el teatro del Maggio Musicale de Florencia, se estrenó una versión de la ópera Carmen de Bizet —dirigida por Leo Muscato— en la cual la protagonista arrebata una pistola a Don José y le descerraja un tiro.

Los responsables del teatro explicaron que el motivo para alterar el final concebido por Bizet, fue denunciar la violencia contra las mujeres, que en Italia genera un cadáver cada tres días y la lucha contra ese flagelo carece de difusión relevante. La grosera manipulación del final de Carmen despertó la justificada indignación de los amantes de la ópera y ese toqueteo absurdo generó un efecto contrario al que perseguían sus ejecutores.

Recordemos que Carmen es una ópera dramática en cuatro actos con música del francés Georges Bizet y libreto de Ludovic Halévy y Henri Meilhac, que se basa en la novela de Prosper Mérimée publicada en 1845. La ópera se estrenó en París el 3 de marzo de 1875. A propósito de esta alteración de Carmen, algún crítico trajo al presente aquel burdo revisionismo perpetrado por Thomas Bowlder en 1807, cuando tomó 24 obras de Shakespeare para corregirles ciertos aspectos argumentales. Como resultado de esa infeliz intromisión en los escritos del vate de Avon, Ofelia no se suicidaba sino que moría por accidente.

La pregunta surge de manera inevitable: ¿es legítimo reescribir una obra de arte para adaptarla a los parámetros éticos, morales y políticos de cada época y ponerla al servicio de la denuncia de un problema actual? Siendo más específico: ¿hasta dónde puede llegar el movimiento feminista —legítimo, justificado, necesario y valiente— en sus reivindicaciones y protestas si cae en este tipo de acciones que lindan con la insanía totalitaria de señalar y perseguir un "arte degenerado", concepto nazi y estalinista de triste memoria.

Pero al asombro por lo anterior le podríamos sumar que, para conmemorar el Día Internacional de la Mujer, el Coro Nacional del Sodre realizó una actuación especial en el Auditorio Adela Reta, y versionó la clásica canción infantil "Arroz con leche", con una letra adaptada a este milenio. Más allá de la intención simbólica e inclusiva del acto y la calidad de la interpretación operática del coro —que no se cuestiona—, una obra maestra de la lírica y una inocente canción infantil quedan hermanadas por la misma fiebre de corrección política —y de textos— que las somete a lecturas descontextualizadas. Por lo que sé, "Arroz con leche" es en realidad una traducción de "La viudita del conde Laurel", una canción anónima folclórica del siglo XIV, de probable origen francés, que luego formó parte del colectivo folclórico de la península ibérica y por extensión pasó a toda América Latina. ¿Cuánta incidencia ha tenido "Arroz con leche" en la crianza de futuros machistas? ¿Les inoculó de manera aviesa estereotipos que le imponen a la mujer coser, bordar y abrir la puerta para salir a jugar? En realidad no lo sabemos a ciencia cierta. Lo único que podemos decir de su simple letra es que, obviamente, no cuadra con la sensibilidad actual. Pero lo que sí resulta claro es que al machismo se lo combate y erradica con educación igualitaria, trabajo digno, legislación eficaz, salario equitativo para la mujer y una actitud firme de inclusión y respeto. No con el revisionismo absurdo de óperas canónicas o versos infantiles.

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