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Bares y polémicas

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HUGO BUREL
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La renuncia del contador Conrado Hughes al programa televisivo Polémica en el bar, en el que era panelista -o contertulio, como ahora se estila decir- ha sido tema en los medios de prensa y también en las redes.

Según lo que transcendió, el diferendo entre Hughes y otro integrante del panel, el exgremialista Eduardo Fernández, que lo llamó mentiroso al aire, determinó que Hughes diera un paso al costado. La situación me genera una serie de reflexiones sobre la recreación televisiva de debates que en otro tiempo transcurrían en bares verdaderos.

Para los que tenemos algunos años y vivimos otras épocas, la reunión con amigos o simples conocidos en torno a una mesa de boliche formó parte de un rito que caracterizó la convivencia entre compatriotas. Las posibles discusiones o polémicas que se suscitaban en ese ámbito por lo general discurrían en un clima que solía regirse por leyes no escritas y hábitos respetados por quienes participaban.

La composición de esos grupos era casi siempre la misma y los temas a debate surgían de manera espontánea. Desde el sexo de los ángeles a la cuadratura del círculo las mesas de boliche siempre fueron un territorio en donde todo podía debatirse. En ese bordoneo -como lo llamaba Carlos Maggi- de la conversación en torno a una mesa con copas o café, se impulsaba siempre un aprendizaje de la tolerancia y el respeto. Hace muchos años escribí un cuento, “El elogio de la nieve”, en el cual busqué recrear ese espíritu de las charlas de boliche.

El país siempre tuvo espacios para la polémica, desde el venerable Ateneo a los ámbitos parlamentarios de nuestro sistema democrático. A nivel del ciudadano común es probable que la progresiva desaparición de cafés y bares y el cambio en las costumbres de socialización determinase que ese rito de intercambio entre iguales -en una mesa de bar nadie era más que nadie- se haya ido perdiendo hasta transformarse en un arquetipo nostálgico. Ese cliché rioplatense hace muchos años que Gerardo Sofovich lo convirtió en un exitoso programa televisivo.

Como suele sucedernos, la versión local de esa idea llegó con años de retraso y para colmo en una época de pandemia, que obliga a subdividir la mesa única en tantas como polemistas comparecen. Eso, indudablemente, no es solo una cuestión de escenografía, sino una dificultad que altera el espíritu de la mesa que se pretende reproducir en un estudio televisivo. Sin embargo, la idea de una polémica de bar televisada a mi modo de ver no revive el espíritu de las auténticas.

El formato que instaló Sofovich siempre fue un remedo de las verdaderas tertulias de los bares. Con su innegable instinto para el show y el espectáculo, el productor armó algo que al comienzo estaba guionado, pero que sin dudas era muy atractivo y reflejaba los vaivenes de la realidad argentina con un gran olfato y oportunidad. Eran actores y cómicos los que intervenían. Después participaron otros personajes que desempeñaban distintos roles en la sociedad.

La variante que realiza el Canal 10 se integra con distintas figuras del periodismo que hacen de sí mismos, a los que se les suman invitados. Los pareceres y opiniones corren por cuenta de cada uno de los que participan y ello determina que las instancias del debate generen a veces enojos o cruces que solo el talante de cada uno puede controlar. Y ese ha sido el detonante del episodio entre Hughes y Fernández. Que se llame a alguien mentiroso en vivo y en horario central es el riesgo inevitable del formato del programa.

Lo antedicho demuestra, además, que en una sociedad que mantiene grandes diferencias culturales, ideológicas y políticas, las polémicas en el bar virtual de la pantalla tienden a magnificar esas diferencias. Por supuesto que hay otros ejemplos de programas televisivos que se nutren de esas diferencias, como por ejemplo Esta boca es mía.

Es bueno recordar también que todos esos programas no buscan solo mostrar ideas enfrentadas sino que además necesitan rating que justifique el esfuerzo de producción. Aun sin actores o cómicos en escena, en esencia se trata de un show.

Sin dudas que el debate es un insumo fundamental de la democracia representativa. En un país en que rige de manera irrestricta la libertad de pensamiento y expresión, es natural que polemizar en un bar real o en un estudio de televisión a priori sea beneficioso para la convivencia democrática. Sin embargo, cuando las ideas se fundamentan desde posiciones irreductibles en lo previo, el debate se convierte en enfrentamiento estéril y a veces camisetero.

Los que tenemos cierto recorrido vital y buena memoria recordamos “Conozca su derecho” aquel programa que conducía el doctor Eduardo Reisch Sintas en Canal 10 a comienzos de la década del 60. Eran tiempos de efervescencia política y el horizonte se empezaba a teñir de radicalismos, pero sus debates, muchas veces pasionales, no llegaban nunca al epíteto descalificador. El programa tuvo siempre una gran audiencia y los temas a debatir nunca soslayaron realidades críticas que enfrentaba la sociedad. En esa época surgieron otros espacios similares en la TV. El epítome de esto fue el famoso debate entre el SÍ y el NO antes del plebiscito de 1980, realizado en Canal 4.

Más allá del invento de Sofovich, la discusión en pantalla hace décadas que existe en nuestro medio. La diferencia entre aquellos debates y los actuales es que los de hoy muchas veces escenifican para el público masivo una vehemencia que poco aporta a la necesidad de entendimiento que muchos temas nacionales necesitan.

Así, las discusiones se convierten en un espectáculo mediático en el que un adjetivo como “mentiroso” sacude todo el boliche. Es cuando el show le gana a la trascendencia de cada tema y la polémica cae en el lenguaje de la tribuna futbolera.

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