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Adelantando el Carnaval

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hugo burel
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"Miente, miente que siempre algo queda”, decía Goebbels, y esa es una consigna que las redes potencian a extremos de conjura.

En el mundo de la posverdad o en el de los hechos alternativos inventado por Donald Trump, la mentira ha adquirido estatus de arma legítima para muchos de los que piensan que el fin justifica los medios. En orden inverso, la verdad ha sucumbido ante el relativismo que campea en la vida diaria.

Cuando todo puede ser cuestionado y revisado de manera apresurada y superficial, toda verdad se relativiza de un modo sumario y, ante la incertidumbre, la mentira o la verdad a medias se imponen con facilidad. Pero lo peor es cuando la infamia se disemina con el pretexto de una mal entendida intención de satirizar la realidad. Paso a un ejemplo muy reciente:

“Hay orden de no aflojar fue la promesa de Larrañaga; que hasta último momento la militaba. Aún no se sabe mucho de su partida inoportuna; lo que todo el mundo sabe es que estaba en una”.

Lo que antecede es la transcripción textual de una estrofa del cuplé cantado por la murga Cayó la cabra durante su prueba de admisión para el próximo concurso de agrupaciones del Carnaval 2022. La cito porque no quiero que a ningún lector le queden dudas sobre su redacción y contenido. Sus palabras son tan claras como inequívocas.

La alusión a la muerte del ministro de Interior y la sospecha que arroja sobre las circunstancias de la misma son elocuentes en relación a lo que comúnmente se considera una bajeza. No importa que se trate de una murga, de un contexto carnavalero o de un suelto en la prensa con o sin firma. Además, a una bajeza no se la censura, se la condena. Los muertos no pueden defenderse.

Una vez que trascendieron estos versos, el hijo mayor de Jorge Larrañaga respondió a ellos con un tuit medido y dejando la puerta abierta para que los responsables de los dichos se disculpasen. No se si eso se cumplió, pero en realidad no importa. El daño estaba hecho y su difusión a través de los medios y las redes lo amplificó. Lo que sucedió luego ya entra en el terreno de lo absurdo.

Hablar de censura, de libertad de expresión y toda esa batería de pretextos para justificar un exceso de mal gusto, hace patente el grado de imbecilidad e ignorancia que muchos padecen. Para estos, el Carnaval todo lo permite y justifica. Incluso arrojar dudas y maledicencia sobre la muerte de alguien que hasta el final de su vida estuvo al servicio de sus ideas, sus convicciones y como integrante del gobierno, de la sociedad.

Soy carnavalero, pero hace mucho tiempo que no piso un tablado y tengo experiencia de que ese colectivo se fastidia cuando algunos lo cuestionamos. Hace algunos años en mi columna de la revista Galería publiqué un comentario sobre un espectáculo que se centraba en la figura de la poeta Delmira Agustini. Lo había visto íntegro a través de una trasmisión de VTV y por tanto conocía su argumento y sus textos. La crónica la titulé “Pobre Delmira”, lo cual resumía mi opinión sobre ese espectáculo. De inmediato, a través de una página web vinculada al Carnaval, se publicó una carta que respondía con saña a mis comentarios. Estuvo colgada años.

Volviendo al inicio, nadie ignora que el Carnaval es un territorio que ambienta las pasiones, en especial las políticas y específicamente las de la izquierda. La crítica de la realidad se ejerce casi siempre desde una mirada hemiplégica y los malos por lo general están de un solo lado. Es una variante del gramscismo cultural y una forma vicaria de proselitismo político. Y no desconozco el esfuerzo que han hecho las agrupaciones para mejorar el nivel artístico y todos los accesorios que hacen al espectáculo, inclusive incorporando integrantes que provienen del teatro. Pero eso involucra al envase y no a los contenidos. Y esos contenidos por lo general están flechados, son parciales y atacan o critican siempre a los mismos.

Ante las estrofas de Cayó la cabra es posible anticipar cuáles serán los versos del próximo Carnaval. Ya hay una cantidad de temas haciendo cola para que el letrista no se olvide. Sin embargo, la gran vedette será la LUC, qué duda cabe. A las inexactitudes y mentiras que ha esgrimido la oposición para atacar la ley se les sumarán los versos del Carnaval militante. Ahí imperará el mensaje político para sumarse a la campaña del plebiscito y aleccionar desde el escenario a los que no leyeron un solo artículo de los 135 que se impugnan. Se reeditará la orden de no aflojar, en otro contexto y con otra lectura.

Cuando era un niño, en casa escuchábamos un programa de radio que se llamaba “Adelantando el Carnaval”, que se difundía en enero y preparaba el ambiente para el clásico febrero carnavalero. Entonces el Carnaval me gustaba y concurrir al tablado era parte de la magia en las noches de verano. En aquel tiempo, salir en una agrupación no implicaba otra cosa que pintarse la cara, actuar, divertirse, competir y lograr el aplauso del barrio.

El concepto de murga compañera y la resistencia murguera -tan arriesgada y necesaria durante la dictadura- todavía no se habían inventado porque el Carnaval era de todos y para todos. Pero ahora vivimos en democracia. Sin embargo la idea del enemigo persiste y el ellos y nosotros sigue vigente. Hoy no se adelanta el Carnaval porque para muchos este dura todo el año y al haber sido limitado por la pandemia, en 2022 regresará con renovada fuerza.

Lo único que deseo es que la fiesta carnavalera no abuse de la bajada de línea y los desgraciados versos de Cayó la cabra no sean un adelanto de lo que nos espera.

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