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¿Y ahora qué sigue?

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Nunca había ocurrido que un acuerdo global fuera firmado en un día por la inmensa mayoría de los países. Eso ocurrió la semana pasada con el Acuerdo de París sobre el clima, lo que habla a las claras de que está ocurriendo una saludable toma de conciencia frente al serio problema que tenemos delante. Ahora es el turno de los parlamentos y congresos de transformar en leyes lo acordado en París, simplemente para hacer obligatorios los compromisos allí redactados.

Nunca había ocurrido que un acuerdo global fuera firmado en un día por la inmensa mayoría de los países. Eso ocurrió la semana pasada con el Acuerdo de París sobre el clima, lo que habla a las claras de que está ocurriendo una saludable toma de conciencia frente al serio problema que tenemos delante. Ahora es el turno de los parlamentos y congresos de transformar en leyes lo acordado en París, simplemente para hacer obligatorios los compromisos allí redactados.

Esto es solo un punto de partida formal, que debe hacerse, pero que no garantiza en absoluto un cambio de rumbo de las políticas y acciones que están llevando al planeta hacia una situación de crisis climática permanente. Por alguna razón estamos ignorando nuestro sentido común que reconoce, a priori, la importancia crítica que tiene la salud de los ecosistemas en nuestra calidad de vida.

Basta observar un ambiente sano, equilibrado, para que nos transmita la sensación de bienestar y tranquilidad; o en caso contrario, lo opuesto.

El conocimiento científico confirma todo esto. Por eso no debe llamar la atención que en el Acuerdo de París se reconozca claramente la importancia del papel que juegan los océanos, las praderas, las selvas y bosques de todo el mundo, los humedales, los glaciares, y tantos otros ecosistemas y biomasa, para hacer de la Tierra un planeta muy apto para la vida.

Los cambios que le estamos introduciendo a estos complejos sistemas físico-químico-biológicos están perturbando estructuras y mecanismo críticos, que se exteriorizan en eventos climáticos cada vez más inesperados y agresivos, en pérdida de recursos naturales y servicios ambientales, con fuertes impactos sociales y económicos. Hemos llegado a un nivel de influencia y transformación en la biosfera que ya la naturaleza por sí sola no puede neutralizar las perturbaciones. Por eso es tiempo de actuar; de poner en marcha políticas comprometidas que hagan el cambio.

No alcanza con avanzar en mitigación de las emisiones de carbono a la atmósfera. Debemos encarar con mucha energía acciones de adaptación al cambio climático, para reducir al máximo los impactos negativos que, inevitablemente, nuestros pueblos ya están enfrentando de manera creciente.

Las soluciones basadas en la correcta gestión de la naturaleza son el camino correcto a seguir. Garantizan el suministro de agua, alimentos y energía. Elevan la calidad de vida de las comunidades, reduciendo la pobreza e impulsando el crecimiento económico, porque aseguran el uso sustentable de los recursos naturales.

Recordemos que los ecosistemas terrestres -como selvas y praderas- acumulan tres veces más carbono que el que se encuentra en la atmósfera. Por lo tanto, proteger y restaurar estos ambientes son la acción más inteligente que podemos realizar. Otro tanto sucede con los ecosistemas marinos. La vegetación asociada a los mares y océanos absorbe casi el 30% de las emisiones de carbono que las personas emitimos a la atmósfera.

¿Por qué nos cuenta tanto aceptarlo, racionalizarlo e incorporarlo a nuestros procesos de planificación? Ni siquiera la excusa económica es de recibo porque con el actual rumbo del cambio climático, todos perdemos.

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Hernán Sorhuet Gelós

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