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Responsabilidad colectiva

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HERNÁN SORHUET GELÓS
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La respuesta de los distintos ecosistemas del planeta al calentamiento global no hace otra cosa que mantener encendidas las alertas.

Los deshielos en los casquetes polares, el retroceso de los glaciares más antiguos son algunas de las señales más impactantes para los científicos, de que la biosfera está reaccionando al ascenso de la temperatura promedio de la atmósfera. Es un hecho que provoca efectos negativos en la estructura y funcionamiento de la naturaleza. En otras palabras, está modificando el comportamiento ambiental del planeta.

Existe confianza de que aún hay tiempo para evitar que las alteraciones sean de una magnitud perniciosa.

Pero, si algo hemos aprendido acerca del comportamiento de la naturaleza es que responde a una extrema complejidad, en la cual el to-do no es la simple suma de las partes.

Estamos aprendiendo sobre la marcha y, al mismo tiempo, lidiando con una multiplicidad de intereses en juego que complejizan la toma de decisiones de manera muy obvia y significativa.

Como ha sucedido con el manejo de la actual pandemia, también frente al cambio climático necesitamos disponer de los mejores insumos disponibles del sector académico para entender los alcances del problema que enfrentamos, y a partir de allí ser capaces de diseñar las mejores estrategias posibles para resolverlos. Pesa mucho lo ambiental, lo social, lo cultural y lo económico. Por esa razón no hay recetas que se puedan aplicar aquí y allá.

Frente a la amenaza planetaria del Covid-19 nuestros científicos en tiempo récord descubrieron varias vacunas efectivas y eficientes. Gracias a ellas hoy el mundo camina con otra esperanza, minimizando las probabilidades de que los infestados padezcan síntomas graves o mueran.

En el caso del cambio climático obviamente no disponemos de una vacuna que nos auxilie. La estrategia más inteligente tiene que ver con convencernos de asumir el férreo compromiso de reducir significativamente las cantidades de gases de efecto invernadero que liberamos a la atmósfera. La enorme dificultad de conseguirlo radica en que, para lograrlo debemos introducir cambios significativos en nuestros sistemas de producción, de transporte y de consumo, para una humanidad que además mantiene un sostenido crecimiento demográfico. ¡Nada sencillo!

Está claro que cuanto más demoremos en introducir los cambios, mayor será el precio que pagaremos en todos los órdenes. Por eso la urgencia es una variable de enorme peso, a la que no podemos subestimar.

En ese sentido las cuatro mayores enseñanzas que nos deja el combate de la pandemia pensando en el cambio climático son: el valor indiscutible del conocimiento científico como insumo crucial para solucionar los grandes problemas; la importancia clave de la prontitud con que se encaren las acciones (el tiempo apremia); que es posible detener varios de los grandes engranajes por un tiempo sin que colapse todo; y que vivimos tiempos en los que quedan demostradas, de manera inequívoca, las enormes ventajas que tiene avanzar en el desarrollo de una ciudadanía planetaria, apuntalada en todo lo esencial que compartimos.

La realidad nos introdujo en un aprendizaje acelerado de responsabilidad colectiva.

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