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Un ministerio robusto

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HERNÁN SORHUET GELÓS
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Con la aprobación de la ley Nº 19.889 nació el Ministerio de Ambiente de nuestro país.

Aunque ya existía la secretaría de estado de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente (1990), con esta decisión el parlamento nacional jerarquizó el tema y elevó su rango dentro del Poder Ejecutivo, como lo demandaba la realidad de estos tiempos.

Entre sus cometidos generales se incluye todo lo previsto en el art. 47 de la Constitución de la República. Significa, nada menos, que es su responsabilidad garantizar que las personas se abstengan de cometer cualquier acto que cause depredación, destrucción o contaminación graves al ambiente. Una tarea cuantitativamente enorme y cualitativamente esencial para velar por el bienestar público y el futuro del país.

Hilando más fino, sus responsabilidades abarcan áreas fundamentales del desarrollo nacional para direccionarlo hacia la sostenibilidad, como la preservación, conservación y uso de los recursos naturales; la protección de los recursos hídricos; el cuidado de la biodiversidad nacional; la correcta gestión de los residuos; lo concerniente al cambio climático, el fomento de la conciencia ambiental de la ciudadanía, a través de la educación ambiental.

Pocas veces ocurre la creación de un ministerio de tanta importancia. Es una oportunidad única para asegurarnos que su funcionamiento esté a la altura de las circunstancias.

Por lo tanto es el momento justo de “barajar y dar mejor”; de aprender de los aciertos y errores del pasado para echar a andar un ministerio moderno, eficiente y con el mayor nivel técnico posible -algo que estamos aprendiendo de la mejor manera en esta lucha contra la pandemia del Sars-Cov-2, con los aportes invaluables del Grupo Asesor Científico Honorario, el Instituto Pasteur, etc.

Por la misma razón debemos evitar caer en el facilismo y la nefasta comodidad de simplemente cambiarle el nombre a lo que fue hasta ahora la Dirección Nacional de Medio Ambiente (Dinama), aumentándole el presupuesto -por tener rango ministerial-, reajustándole su plantilla técnica y administrativa. Porque se trata de un nuevo ministerio para una nueva época nacional, regional y mundial.

En estos primeros días la coalición de gobierno debe prestarle la máxima atención pues está dando un paso muy importante en el futuro del país. Debe nacer saludable y con la máxima energía. Por eso hay que repensarlo con serenidad y prontitud: cuál debería ser su estructura y funcionamiento más convenientes, hallar los liderazgos adecuados para conseguirlo, y sobre todo, apuntar a un funcionamiento lo más compacto posible, obsesivamente orientado al cumplimiento de sus grandes cometidos.

Los aspectos económicos y presupuestales serán, como siempre ocurre, una de sus principales limitantes operativas. Su nacimiento ocurre en plena lucha contra la pandemia y sus perniciosos efectos socioeconómicos. Por lo tanto, como nunca antes hay que demostrar gran inteligencia y sabiduría para invertir y gastar mejor. Cada peso cuenta; hay que saber sacarle el máximo provecho.

Es el único camino a recorrer si se pretende echar a andar un ministerio de Ambiente que demuestre en los hechos ser robusto, profesional y eficiente al servicio del país.

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