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Jabalí cruza en Uruguay

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HERNÁN SORHUET GELÓS
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Estos tiempos de pandemia, aislamiento y restricción de circulación social estarían resultando favorables para los animales silvestres.

El descenso de la presencia y la presión humana habituales en tiempos normales, en algunos casos estarían favoreciendo las condiciones naturales para su supervivencia, y en otros para su expansión.

En lo que muchos definen como “medio natural” existe un capítulo importante y muy complejo desde el punto de vista ecológico, que suele pasar desapercibido para el grueso de la población que es urbana. Nos referimos al da-ño ambiental que significa la proliferación de especies exóticas, como resultado de su adaptación a las condiciones naturales del lugar.

En nuestro país padecemos los efectos de varias de ellas. Una de las que sobresalen es el jabalí cruza, que a esta altura habita en todo el territorio nacional.

Como se sabe, el jabalí es un mamífero europeo que fue introducido por Aarón Anchorena en sus campos de Colonia con fines cinegéticos, a fines de los años veinte del siglo pasado. Su adaptación al campo uruguayo fue excelente, lo que permitió su actual estatus poblacional, gracias al permanente cruzamiento con cerdos domésticos. Hay que tomar en cuenta que son la misma especie; nuestros chanchos son el resultado de la domesticación del jabalí.

A esta altura forma parte de nuestra fauna como consecuencia de la intervención humana. La definimos además como “invasora” pues por sí misma halló la manera de colonizar los ecosistemas naturales y seminaturales del país, transformándose por sus singulares características en una amenaza para la diversidad biológica nativa, y un dolor de cabeza para la producción agropecuaria. La situación llegó a un nivel tal que en 1982 se la declaró “plaga nacional” y de “libre caza”.

Existe una diferencia importante entre plantar o criar especies foráneas con fines comerciales -como hacemos con el arroz, el maíz, los vacunos y ovinos-, e introducir otras que una vez en el país tienen la capacidad de extenderse por sus propios medios, prescindiendo de la intervención humana.

Cuando esto último ocurre, la invasora desplaza y compite con éxito con sus pares indígenas, provocando un desequilibrio en los ecosistemas nacionales, con consecuencias difíciles de predecir pero siempre negativas.

Por su fortaleza y dimensiones el jabalí cruza no tiene enemigos naturales en nuestro país. Solo el ser humano constituye un riesgo real, por esa razón evita el campo abierto y las actividades diurnas. Si observamos lo ocurrido en los últimos casi cuarenta años, de nada ha servido la declaratoria de “plaga nacional”. Esta especie continúa su proceso expansivo, lento pero seguro. Le precede una pésima fama en el viejo continente como animal muy peligroso para las personas, pero hay que señalar que los jabalíes asilvestrados en nuestro país, ante la presencia humana siempre que pueden optan por huir.

Lo cierto es que, este enemigo silencioso e incansable, todo el año provoca cuantiosas pérdidas en campos de cultivo, y ataca con frecuencia a ejemplares recién nacidos de lanares y vacunos.

Tarde o temprano habrá que implementar políticas nacionales y departamentales coordinadas y efectivas para reducir al mínimo posible sus poblaciones.

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