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Hernán Sorhuet Gelós
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Hay asuntos importantes que se tornan invisibles para la sociedad debido a las urgencias de otros problemas que nos impactan a diario, por su proximidad, peligrosidad e inmediatez, como es el caso de la inseguridad ciudadana. No por ello hay que olvidarlos ni desatenderlos.

Preocuparnos por la conservación de la diversidad biológica entra en esa lógica, debido a que se trata de un aspecto de la vida que resulta esencial para el bienestar actual y futuro de los países y las personas.

Porque mantener áreas naturales inteligentemente protegidas significa —sin exagerar— asegurarnos soluciones a desafíos mundiales de primer orden como la constante degradación de los suelos, los impactos negativos del cambio climático, la seguridad alimentaria e hídrica, la salud y el bienestar de las personas.

No se trata de un pasatiempo o de un capricho de personas ociosas, sino de una necesidad racional detectada, estudiada y comprendida gracias al conocimiento científico, al conocimiento ancestral, a la praxis socioproductiva de los pueblos.

El crecimiento y expansión de la humanidad por todo el orbe determina que cada vez su impacto sea mayor sobre los ecosistemas terrestres y marinos.

Esta ecuación obliga a aguzar el ingenio y aplicar el sentido común para minimizar los impactos negativos y proteger los ciclos naturales que hacen viable la vida en nuestro planeta. No es una tarea sencilla y cada vez será más exigente.

Tras ese objetivo llegamos a otorgarle una importancia indudable al cuidado de determinados sectores de nuestros países, por sus características naturales especiales. Entonces esas áreas se transforman en protegidas. Requieren de planes de manejo y de gestiones inteligentes y eficientes, destacando el papel del guardaparque como actor directo para el cumplimiento de esos objetivos.

Estos especialistas de la conservación en demasiadas ocasiones no cuentan con el equipamiento, la preparación y la protección necesarios. Muchas veces están prácticamente librados a su suerte. La realidad confirma que estamos lejos de superar la situación.

Para tener una idea de los riesgos extremos que estas personas suelen correr a diario, en el último año 108 guardaparques perdieron la vida; 48 fueron asesinados y 50 murieron por accidentes laborales.

Es un asunto que debemos replantearnos, no porque pueda resultar simpático disponer de una red de áreas naturales protegidas donde ir a pasear, sino porque se trata de una necesidad de supervivencia.

Hoy podemos ver lejana la posibilidad de un colapso de los servicios ambientales pero la información científica así lo advierte. Descuidar la trama ecosistémica de nuestro país pone en riesgo directo no solo la continuidad de los servicios ambientales (beneficios intangibles como la regulación del clima, el control de la erosión de los suelos) sino también la disponibilidad de bienes derivados de ellos (beneficios tangibles como el agua, la pesca, la madera, etc.).

Queda claro que existe una conexión directa entre la sociedad y las áreas protegidas, y tiene que ver con el bienestar. Por ello debemos involucrarnos mucho más.

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