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Globalización y pandemia

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HERNÁN SORHUET GELÓS
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El Covid-19, que tiene en jaque al planeta, está replanteándole a la humanidad algunos de los peligros que entraña la globalización.

No significa que este proceso de comunicación e interdependencia económica, política, tecnológica, social y cultural que se registra a escala planetaria sea negativo per se, sino que así como aporta innumerables ventajas y oportunidades para el desarrollo, también incluye algunos peligros y desventajas que merecen toda nuestra atención.

La inesperada aparición del desconocido virus Sars-CoV-2 en la ciudad china de Wuham ocurrida en diciembre, sorprendió por su explosiva capacidad de diseminación favorecida por la entramada conectividad actual (en cuatro meses está presente en todo el mundo), y desde luego por la gravedad de su patología para las personas más vulnerables a las neumonías agudas -con un 5% de fallecidos del total de infectados.

Averiguar la fuente de la enfermedad se ha tornado una imperiosa necesidad para lograr prevenirla y combatirla con eficacia. Hasta ahora no existe un tratamiento específico; las medidas terapéuticas principales consisten en aliviar los síntomas y mantener las funciones vitales de los enfermos.

Se trata de una neumonía de origen zoonótico (animal) que logró enfermar a los seres humanos. Algo que por cierto no es nada nuevo. El biólogo y catedrático estadounidense Jared Diamond en su interesantísimo ensayo “Armas, gérmenes y acero” se explaya en el tema. “Los principales elementos mortíferos para la humanidad en nuestra historia reciente -la viruela, la gripe, la tuberculosis, la malaria, la peste, el sarampión y el cólera- son enfermedades contagiosas que evolucionaron a partir de enfermedades de los animales, aun cuando la mayoría de los microbios responsables de nuestras enfermedades epidémicas estén ahora, paradójicamente, casi limitados a los seres humanos”.

Se cree que el “contagio cero” ocurrió en el mercado de mariscos de Wuhan, lugar donde se vendían animales salvajes y domésticos, vivos y muertos, para consumo y como mascotas; ya que el 66% de los primeros infectados se vinculó a ese sitio.

Se sabe que los murciélagos son el hospedero natural de los coronavirus. También que la mayoría de los que son patógenos para las personas (incluidos el Sars-CoV y el Mers-CoV) son genéticamente similares a los presentes en los mamíferos voladores. Y que probablemente en este caso, el contagio humano requirió de otro animal salvaje (intermediario) -quizás el pangolín (mamífero parecido a nuestro tamandúa u oso melero). Todos recordamos el terrible azote que significó la aparición del ébola en 1976 en África tropical subsahariana, con una tasa de mortalidad de entre 55% y 90%. Este letal virus, también original de los murciélagos, llegó a infestar a los seres humanos por contacto directo con esos u otros animales salvajes.

Estas realidades nos enseñan que la estrecha proximidad o la manipulación de ejemplares de la fauna silvestre requieren extremar las precauciones sanitarias, pues ignoramos si son portadores de microbios patógenos para las personas. Deberían confeccionarse y aplicarse protocolos obligatorios, en especial para las personas que conviven con ellos, con el fin de evitar sorpresas tan desagradables como lo es el Covid-19.

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