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¿Una cumbre con sorpresas?

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HERNÁN SORHUET GELÓS
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El domingo comenzará en Glasgow la COP 26 de cambio climático. En esa cumbre los líderes mundiales deberían probar de qué están hechos. Si comprenden la magnitud de la amenaza que enfrenta la humanidad.

¿De dónde proviene tan alarmante amenaza? Nada menos que del más reputado y confiable grupo de especialistas y científicos del mundo.

Pero los líderes deben lidiar, no con uno sino con dos problemas críticos. A las graves consecuencias que provocará el calentamiento global sobre la vida de las personas, hay que añadirle el efecto retardado de las mismas, debido al singular comportamiento del efecto invernadero en la atmósfera.

Significa que el acelerado incremento del CO2 y otros gases en su composición provocado por las actividades humanas, consiste en un fenómeno lento y paulatino de acumulación que, eventualmente decrecerá de la misma manera, aunque lográramos detener nuestras emisiones de manera brusca, como sucedió parcialmente el año pasado por la pandemia.

Todo esto parece darnos la falsa sensación de que estamos lejos de que se cumplan las predicciones, a pesar de que los expertos ya nos advirtieron de este singular comportamiento climático.

Por eso urge la toma de decisiones a gran escala, lo antes posible.

Es bien sabido que en el ámbito de Naciones Unidas solo existen expresiones de buena fe y compromisos asumidos voluntariamente. No disponemos de normas que, llegado el momento, apliquen sanciones de distinto peso si lo prometido por tal o cual país no se cumple.

Es posible que esta sea la principal razón por la cual, cuando los líderes de las naciones se reúnen en las cumbres con el fin de abordar temas importantes para el bien común, se suele asumir compromisos con plazos más o menos “cómodos” para ganar tiempo, con el fin de diferir la toma de las decisiones más incómodas y costosas.

En la coyuntura climática sabemos que esta estrategia puede resultar muy grave en términos de pérdidas materiales y de calidad de vida de los pueblos.

Debemos alcanzar el cero neto en materia de carbono para la segunda mitad del siglo XXI. Significa producir menos carbono que el que sacamos de la atmósfera. Es un gran desafío porque implica rever a fondo rubros tan críticos como el del transporte, la energía y la producción.

Como si ello no fuera suficientemente complejo lograrlo, hay que considerar que la transformación debe ocurrir en todas partes. Nadie por sí solo, por mejor que haga “la tarea” podrá lograr un cambio significativo contra el calentamiento global. Es esfuerzo debe ser masivo y lo más coordinado posible.

Requiere una fuerte cooperación económica, tecnológica y logística, como nunca antes ocurrió.

Por estas razones sabemos que, este asunto no se puede medir por los parámetros clásicos de las relaciones multilaterales. La urgencia demanda asumir sacrificios importantes, particularmente por los países desarrollados y los que más contribuyen a la generación del problema.

El viernes 12 de diciembre, cuando concluya la COP 26, veremos a qué nivel de compromisos se pudo arribar. Y aunque aún no hemos podido liberarnos de la pandemia, sería maravilloso llevarnos una gran sorpresa.

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