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Aprender de la crisis

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HERNÁN SORHUET GELÓS
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La pandemia va dejando a su paso toda clase de pérdidas, desazones, conflictos, desamparos, sufrimientos pero también algunas enseñanzas.

La más importante que visualizamos en el horizonte es esta imagen cada vez menos borrosa de que la humanidad es una comunidad única y valiosa, por encima de sus diversidades, culturas e historias.

La inesperada llegada de este enemigo común, capaz de lastimar sin discriminación ni descanso a nivel planetario -y al unísono- nos está obligando a enfocarnos en el problema como “prioridad número uno”, señalándonos el camino de la solidaridad y la cooperación como el indicado para solucionar nuestros problemas de la mejor manera.

Desde luego carecemos de experiencia en este terreno y por eso no sabemos bien cómo reaccionar y hasta dónde avanzar. Es un aprendizaje necesario y enriquecedor que irá quemando sus etapas antes de consolidarse en conductas incorporadas. Confiamos que así ocurra.

Sabemos que no será nada fácil, porque apenas visualicemos que estamos superando el ataque del Sars-Cov-2, la “memoria” nos retrotraerá a las valoraciones anteriores -plagadas de egoísmos- que regían nuestras vidas y alimentaban todo tipo de miopías.

De cualquier modo esta experiencia tan traumática dejará algunas marcas, y seguramente la realidad de todos no volverá a ser lo que fue. Habrán cambios y puntos de vista que llegaron para quedarse, y está muy bien que así ocurra. De cada uno dependerá el grado de compromiso que se asuma.

El otro gran aprendizaje acelerado que estamos experimentando tiene que ver con la valoración del conocimiento científico como un bien insustituible y necesario para mejorar la calidad de vida de las personas.

Nos referimos a ese acertado uso de la inteligencia humana para hacer el bien, para solucionar problemas significativos y, sobre todo para comprender de una buena vez que en el intelecto radica la gran llave del éxito de nuestra especie.

Si algo hemos aprendido es que importa tanto los avances científicos y tecnológicos como el buen uso que les demos.

Nuestra historia reciente está plagada de ejemplos de todo el mal que se puede provocar cuando se usa equivocadamente los conocimientos y adelantos logrados.

Este 2020 dejó bien demostrado que cuando se aúnan esfuerzos, capacidades, “materia gris” y recursos de toda índole, es dable esperar que ocurran saltos cuantitativos y cualitativos en los logros de la humanidad. Así lo comprobamos en el tiempo récord en que se han desarrollado más de una vacuna contra este coronavirus, consiguiéndose excelente niveles de inmunización.

Lo curioso del ser humano es que nos adaptamos tan rápido a nuestros propios éxitos que aunque recién se está comenzando a vacunar, ya estamos reclamando cuándo se inmunizará a toda la población, pasando por alto el pequeño-gran detalle de que somos 7.700 millones de personas habitando la Tierra.

Aunque solo sea un hermoso sueño, hay que decir que una vez superada esta pandemia, deberíamos avanzar hacia una cooperación internacional un poco más equitativa y desinteresada, apoyando modelos y estrategias enfocados en la promoción del bienestar de la humanidad con más paz, armonía, salud y equidad.

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