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La era keynesiana

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HERNÁN BONILLA
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Desde el fin de la segunda guerra mundial hasta la década de 1970 el mundo occidental se rigió por las ideas de Keynes, alcanzando, además, un período de crecimiento que ha llevado a calificar el período como “edad dorada”.

Poco antes de morir Keynes encabezó la delegación británica en las negociaciones de Bretton Woods que dieron nacimiento a un nuevo orden económico internacional con dos nuevos organismos relevantes -aunque con funciones distintas- hasta el día de hoy: el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.

La solución alcanzada no fue la deseada por Keynes, imponiéndose la norteamericana, defendida por Harry Dexter White. Como explica Robert Lekachman: “Las propuestas de Keynes llevaban aparejadas el establecimiento de un Banco central internacional (una vasta ampliación del Banco de Inglaterra o del Sistema de la Reserva Federal) que poseería su propia moneda y podría conceder préstamos. El plan norteamericano era más convencional. Partía de un fondo fijo basado en cantidades votadas inicialmente por los gobiernos participantes”.

Keynes, sin embargo, defendió calurosamente la solución en la Cámara de los Comunes y en la propia conferencia de Bretton Woods, lo que fue determinante para su éxito. Poco después, el 21 de abril de 1946, John Maynard Keynes murió, viendo un mundo que se encaminaba por sus políticas. Sus honras fúnebres tuvieron lugar en la Abadía de Westminster, con la presencia del primer ministro Clement Attlee, entre otros homenajes. En vida había recibido ya múltiples condecoraciones, desde un título nobiliario a doctorados honoríficos de Universidades de todo el mundo, pero a partir de su muerte, como ejemplificó Hayek, fue elevado a la santidad.

En las décadas siguientes Hayek, como los economistas liberales en general, fueron prácticamente desterrados de la academia y de la política generalmente aceptada. La fundación de la Sociedad Mont Pelerin en 1947 respondió a la necesidad de reagruparse y trabajar en conjunto, ya uno de los aspectos que Hayek había constatado era la soledad en que se sentían en sus respectivos centros de trabajo.

A comienzos de los ‘70 la economía keynesiana que parecía haber funcionado durante un cuarto de siglo comenzó a sufrir problemas insalvables. Las esclerosadas economías controladas por el Estado, hasta un punto que seguramente Keynes no hubiera aceptado ya que, verbigracia, siempre insistió en que era necesario mantener libre el sistema de precios, se enfrentaron a altos niveles de inflación y de desempleo.

En le teoría keynesiana esta situación era virtualmente imposible y, por lo tanto, se quedó sin respuestas. La estanflación, estancamiento económico con inflación, afectó a la mayoría de los países occidentales, por lo que la búsqueda de nuevos diagnósticos y políticas se hizo indispensable.

La alternativa era el viejo y olvidado liberalismo, y sus principales exponentes como Hayek y Milton Friedman salieron del ostracismo para volcar el trabajo acumulado, casi en clandestinidad, en las dos décadas anteriores. Las políticas liberales volvieron al primer plano por necesidad práctica y porque intelectuales comprometidos no decayeron en las horas mas oscuras, lo que nos dará pie para los próximos artículos.

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