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Keynes y Hayek (II)

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HERNÁN BONILLA
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En el primer artículo de la serie pusimos el énfasis en la importancia del estudio de la relación entre las ideas de estos dos hombres en el devenir del siglo XX. 

También dejamos constancia de que el análisis de estos dos economistas debe hacerse en base a sus propias ideas y no a caricaturas simplificadoras.

En el de hoy, antes de abordar en los próximos, los principales aspectos de la obra de cada uno y, especialmente, de su relación intelectual, resulta útil trazar algunas pinceladas biográficas para concluir con una coincidencia de fondo.

John Maynard Keynes nació en 1883 (el mismo año de la muerte de Marx) y Friedrich Hayek en 1899, por lo que se llevaban 16 años. Mientras Hayek gozó de una larga vida, Keynes murió prematuramente a los 62. Esta diferencia de edad y años de vida debe tenerse en cuenta, ya que mientras Keynes murió en 1946, apenas finalizada la Segunda Guerra Mundial, Hayek murió 1992, cuando ya había concluido la guerra fría, lo que hace que en múltiples aspectos la obra del segundo nos resulte mucho más contemporánea.

Keynes nació en Cambridge, hijo de una familia de buena posición económica y sus dos padres eran destacados intelectuales. Se educó en Eaton y en Cambridge y su personalidad jovial, inteligencia y carisma le abrieron paso en todos los caminos en que quiso incursionar: académico, economista, coleccionista de arte, director de teatro, funcionario público, presidente de una compañía de seguros, inversor y empresario. Logró construir una fortuna destacable, recibió numerosos honores académicos, un título de nobleza, intervino en los asuntos económicos y políticos de su tiempo y puede afirmarse sin exageración que nada de lo humano le fue ajeno. Sus honras fúnebres se desarrollaron en la Abadía de Westminster y el Times consignó “Con su muerte, la nación pierde a un gran inglés”.

Hayek nació en Viena, su familia pertenecía a la nobleza, aunque su situación económica fue menguando con el advenimiento de la Primera Guerra Mundial. Al igual que en el caso de Keynes, su familia contaba con destacados intelectuales. De carácter más bien retraído, Hayek prefería el ambiente del aula o de círculos pequeños para el intercambio de ideas, por lo que le costó acostumbrarse, con el advenimiento de la fama, a los grandes auditorios o a los medios masivos. Su vida fue mucho más nómade que la de Keynes, abandonando Austria para emigrar a Londres, luego a Estados Unidos, Friburgo y Salzburgo. El reconocimiento demoró muchas décadas en llegarle y coincide con el otorgamiento del Premio Nobel de Economía en 1974.

Keynes era liberal de joven, mientras que Hayek fue socialista. Ambos se apartaron a lo largo de sus vidas de sus ideas iniciales, pero mantuvieron una coincidencia central que explica en buena medida sus vidas e influencia: mal que le pese a Marx, son las ideas la fuerza motora del mundo. Como escribió Keynes: “Los hombres prácticos, que se creen exentos por completo de cualquier influencia intelectual, son generalmente esclavos de algún economista difunto… Estoy seguro de que el poder de los intereses creados se exagera mucho comparado con la intrusión gradual de las ideas… tarde o temprano, son las ideas y no los intereses creados las que presentan peligros, tanto para mal como para bien”.

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