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La falacia del “derrame”

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hernán bonilla
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Hace tiempo que escuchamos hablar de la “teoría del derrame” como si fuera una teoría económica con sustento. Sin embargo, no existen defensores de tal teoría, así como no existen “neoliberales” aunque nos cansamos de escuchar críticas al “neoliberalismo”. ¿Por qué será?

Lo cierto es que tanto cuando se habla del “neoliberalismo” o de la “teoría del derrame” estamos frente a etiquetas puestas por los críticos del liberalismo para atacar una caricatura distorsionada de lo que verdaderamente han defendido los liberales a lo largo de la historia en general y de las décadas recientes en particular. Ocupémonos hoy del atrabiliario uso del “derrame”.

La expresión “teoría del derrame” -o en su más gráfica expresión en inglés trickle-down economics- aparentemente comenzó a utilizarse en la década del treinta del siglo pasado y fue empleada célebremente para atacar las políticas de Ronald Reagan en la década del ochenta. Supuestamente postula que las políticas basadas en recortes impositivos a las empresas o las personas más ricas, redunda en que los mayores ingresos que éstos obtienen finalmente, a través de un largo y tortuoso proceso de circulación del dinero, llegaría en cuentagotas a la población más pobre, si es que algo efectivamente llega.

Esta descripción, sin embargo, dista mucho de lo que ocurre realmente en la economía de libre mercado, cuando efectivamente se produce un recorte impositivo. En efecto, un mayor ingreso disponible, o incentivos a la inversión, pueden llevar a que se instale una empresa, se expanda una existente o los recursos se canalicen por el sistema financiero, verbigracia. Supongamos que se instala una empresa de celulosa en el centro del país. Su construcción demanda el empleo de miles de personas; se demandan insumos que son suministrados por otras empresas que también posiblemente deban contratar más personal; el movimiento en las ciudades cercanas lleva a la construcción de viviendas y se abren nuevos comercios; al tiempo que se realizan obras de infraestructura que también dinamizan la economía.

No es que exista ningún derrame, es el mismo movimiento económico que se desarrolla a partir de la inversión el que crea empleos, hace que miles de personas empiezan a cobrar un salario y mejoran su situación y el mayor consumo de estas puede tener otros efectos indirectos. Que una mayor tasa de inversión implica mayor crecimiento de la economía no es una teoría es un hecho estilizado firmemente establecido en la evidencia empírica, lo que es absolutamente indispensable para mejorar las condiciones de vida de la población, en particular la de menores recursos.

En nuestro país, en particular en la actual coyuntura, hablar de la “teoría del derrame” es especialmente absurdo, ya que no han existido las políticas para “beneficiar a los ricos” para luego “esperar el derrame”. Por el contrario, hemos visto como las transferencias sociales se duplicaron en los dos años que duró la pandemia y las políticas de apoyo a las empresas estuvieron centradas en las micro, pequeñas y medianas.

A partir del reconocimiento de los hechos y dejando de usar etiquetas torpes para distorsionar lo que piensa o lo que hace el adversario, vamos a tener un debate económico más serio y más edificante del que venimos viendo en general entre los políticos y los economistas dedicados a la actividad política.

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