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La cruz de los caminos

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Alberto Benegas Lynch (h)

Se debate mucho sobre el rol del empresario. Resulta esencial que opere en un mercado abierto y competitivo si se pretenden buenos resultados. De este modo quienes dan en la tecla respecto de las preferencias de la gente obtienen ganancias y quienes yerran incurren en quebrantos.

En este contexto, el empresario, para mejorar su situación patrimonial no tiene más remedio que servir a sus semejantes, sea vendiendo equipos electrónicos, zapatos o lo que fuera. Y cuando aludimos a la competencia apuntamos a que el mercado esté abierto para cualquiera; no nos estamos pronunciando sobre cuántos deben operar en tal o cual renglón. Puede no haber ninguno, puede haber uno o doscientos. De lo que se trata es que nadie tenga restricciones legales para competir en el momento que se le ocurra una mejor idea para producir el bien o servicio de que se trate.

Pero, lamentablemente, hay otro tipo de "empresario" que se las pasa haciendo negocios en los despachos gubernamentales en busca de privilegios, mercados cautivos y prebendas que necesariamente conspiran contra los consumidores ya que sus precios son más altos, calidad inferior o ambas cosas a la vez. Son pseudoempresarios, cazadores de privilegios o barones feudales que explotan a los demás con apoyo del poder político.

Adam Smith ya advertía sobre estos casos en 1776, al sostener que ese tipo de empresarios "están interesados en engañar e incluso oprimir al público". En este contexto, para aquellos comerciantes ingenuos que piensan que el aparato estatal los beneficiará solo a ellos, el premio Nobel en Economía George Stigler escribió que "el Estado no es una concubina sino una ramera" y Richard McKenzie señala que "los empresarios necesitan de la libre empresa porque es un sistema que los protege contra ellos mismos".

Este enjambre que genera el empresariado prebendario hace que se desdibuje y desfigure el significado del comercio y la competencia como la mejor auditoría en defensa de los consumidores. El intercambio de favores entre gobernantes y empresarios inescrupulosos debe ser cortado a través de mecanismos institucionales que imposibiliten estas acciones incestuosas.

Es cierto que allí donde se venden favores habrá quienes los compren. También es cierto que los accionistas no aceptan explicaciones, solo apuntan al más jugoso retorno sobre la inversión aunque fuera debido a gracias otorgadas a los amigos del poder. Por esto es que se requieren vallas que se interponen y que bloquean este tipo de componendas.

Charles G. Koch afirma que aquellos lobistas-empresarios "están vendiendo su futuro a cambio de beneficios a corto plazo. En el lago plazo, como consecuencia de haber hecho que el gobierno sea tan poderoso, son destruidos con las mismas reglamentaciones que ellos contribuyeron a promulgar". Si uno grabara las reuniones de directorio de los lobistas oiría reiteradas conversaciones sobre los contactos con las diversas esferas del poder ejecutivo y legislativo para obtener los privilegios.

Sin embargo, en las esferas de las direcciones de las empresas genuinas, el debate y la preocupación es de una naturaleza bien distinta: la atención está centrada en procedimientos de producción, finanzas, mercadeo y administración para competir con éxito. A esto último debemos apuntar si en verdad queremos el progreso para todos, muy especialmente para los más necesitados.

El empresario, para progresar, no tiene más remedio que servir a sus semejantes. Pero hay pseudoempresarios que solo viven del y por el favor político

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