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Adam Smith: mito y realidad

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Hernán Bonilla
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Con el artículo de hoy nos proponemos iniciar una serie sobre Adam Smith y, en particular, sobre su vida y obra más allá del mito.

Su faceta más conocida es como "padre de la economía", autor de uno de los clásicos del pensamiento universal La riqueza de las naciones, y como fundador de la escuela clásica de economía. Todo lo anterior sería suscrito prácticamente por cualquier especialista en Smith y, sin embargo, estaría describiendo solo una parte de su obra y ciertamente no lo que él mismo consideró más importante.

Adam Smith, para los detractores de lo que representa en el imaginario popular, es el defensor a ultranza del "laissez faire", del "capitalismo salvaje" del "egoísmo" y la "ley del más fuerte". Por supuesto, todo esto es absurdo para cualquier persona que lo haya leído, verbigracia, jamás utilizó la expresión "laissez faire" de los fisiócratas franceses a quienes conoció, trató y consideró que sus teorías eran utópicas e impracticables.

Del otro lado del espectro, Adam Smith es celebrado como el defensor del "estado mínimo", de la negativa cerrada a la intervención del Estado en la economía, de la defensa de los empresarios, entre otros. Nada de esto, tampoco, es cierto. Smith pensaba que el Estado debía cumplir un rol central en la economía que excedía notoriamente la premisa de juez y gendarme, se preocupó por la desigualdad de ingresos y no solía tener una buena opinión de los empresarios que conocía.

El punto de partida de la idea equivocada que se tiene de Adam Smith es común para defensores y detractores del mito; como suele ocurrir con los grandes clásicos son autores de libros que todo el mundo cita pero que nadie lee. Reducir, verbigracia, un libro complejo y rico en teoría e historia como La riqueza de las naciones a la metáfora de la "mano invisible", que solo aparece una vez en todo el texto, es una boutade. Pero también es un exabrupto quedarse solamente con el Smith de un único libro. El resto de sus obras, pero especialmente su investigación global dentro del marco único de la Ilustración escocesa que procuraba desentrañar una "ciencia del hombre", excede vastamente los dominios de la economía.

Smith fue un escritor particularmente parsimonioso, que revisaba una y otra vez sus textos antes de publicarlos (y luego también, como demuestran las múltiples reediciones con cambios importantes de La riqueza de las naciones y La teoría de los sentimientos morales) y que incluso mandó destruir parte de su obra inédita poco antes de morir para que no fuera publicados.

Su vida, dedicada casi por entero a la búsqueda de desentrañar la "ciencia del hombre" ciertamente tuvo un feliz desenlace; dejó planteada una teoría del orden espontáneo, aplicable por cierto a la economía, pero también al lenguaje, a la moral o a las instituciones, basada en la propia naturaleza del ser humano.

En los próximos artículos durante el mes de enero, si el verano no nos depara hechos de la coyuntura ineludibles, iremos desbrozando la obra de Adam Smith en su globalidad e intención, en sus principales libros y en su legado. La conclusión no será original, estamos ante uno de los genios más influyentes de la historia, pero, si el lector nos acompaña, intentaremos plantear con nitidez por qué merece este calificativo más allá de la caricatura.

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