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La percepción sobre la realidad económica se ha deteriorado más rápida y profundamente que lo que indica la propia realidad. La caída desde el ensueño del prometido país de primera es dura, pero es tiempo de asumir errores y tomar medidas.

La percepción sobre la realidad económica se ha deteriorado más rápida y profundamente que lo que indica la propia realidad. La caída desde el ensueño del prometido país de primera es dura, pero es tiempo de asumir errores y tomar medidas.

Como todas, la actual coyuntura se explica por factores internos y externos. Está claro que el contexto internacional no es el mismo, pero tampoco explica toda la desaceleración que sufrimos. Las tasas de interés no han subido y el petróleo ha bajado abruptamente, como ejemplos que demuestran que no todas las noticias que vienen del exterior son negativas.

Los problemas fundamentales surgen de errores propios y para peor no forzados, fueron simplemente malas elecciones de política económica. Ahora casi todos los economistas profesionales están de acuerdo con esto, pero hace unos años éramos pocos los que criticábamos la inconsistencia y los graves yerros de Astori y compañía. En todo caso se dio lo que era evidente que en algún momento iba a pasar; la falta de coordinación entre las políticas fiscal, monetaria, de tipo de cambio y de ingresos está pasando factura. Y en particular la pésima política fiscal que aumentó el gasto en forma desmedida, como si no hubiera mañana, es el talón de Aquiles de una conducción inescrupulosamente irresponsable.

A la luz de la realidad no hay dudas de que el gobierno no va a poder mantener bajo control a todas las variables económicas, el problema es cuál de los platitos chinos de Bergara es el que se va a sacrificar. Aquí hay distintas opciones, el gobierno aparentemente ha optado por sostener el objetivo de que la inflación se mantenga por debajo de 10% planchando el dólar con un alto costo en reservas de libre disponibilidad y deteriorando aún más la competitividad, espacialmente respecto de Brasil. No parece lo más sensato dado que son balas que se gastan y solo postergan lo inevitable que es que suba tanto el dólar cuanto la inflación. A esta altura del partido un dólar pasando cómodamente los 30 pesos y una inflación por encima del 10% es solo cuestión de tiempo si no se toquetea el IPC.

Otra opción, más razonable, sería hacer lo que se debió haber hecho antes con tiempo y un aterrizaje más suave que es consolidar el frente fiscal. Para seguir esta política debe reducirse el déficit fiscal de forma significativa y rápidamente. El objetivo que fijó el gobierno en el presupuesto de reducir el déficit a 2,5% del PIB recién dentro de 5 años es absolutamente insuficiente y pasmosamente lento. Lo deseable, aunque a esta altura parece políticamente inviable, es reformular el presupuesto previendo un aumento del gasto menor a los 1.100 millones de dólares que se prevén para los dos próximos años. Lo que es más probable que ocurra es que el Parlamento incluso logre aumentar el gasto, que es lo que proponen los radicales del Frente, ignorando la realidad como suelen hacer los socialistas de todos los países y todas las épocas.

Los errores del pasado ya no tienen remedio, pero debe quedar claro que si estamos en esta disyuntiva es porque las cosas se hicieron rematadamente mal en el pasado, por más adjetivos encomiásticos que use Astori para definir su fracasada política económica. La autopista al desarrollo ya la perdimos, ahora hay que elegir entre dos caminos de ripios y el gobierno está eligiendo el equivocado.

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Hernán Bonilla

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