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Venezuela y la “no intervención”

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HEBERT GATTO
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En un célebre pasaje de su prólogo a la “Contribución a la crítica de la economía política de 1859”, Marx caracterizaba la historia universal como un encadenamiento causal de etapas evolutivas, con el final y apocalíptico enfrentamiento entre burguesía y proletariado que abría paso al socialismo.

Alentó de este modo el surgimiento de una filosofía de la historia de tonalidades positivistas, donde las clases sociales comandaban el proceso que por sí solo, conducía al socialismo. En definitiva, una consecuencia civilizatoria de la modernidad. No fue éste sin embargo, el camino de Hugo Chávez y su revolución bolivariana. Contrariando a Marx y a la dogmática soviética, preconizó para los países latinoamericanos un socialismo más sencillo y cercano en el tiempo. Exhibiendo un voluntarismo antiimperialista que hizo de su populismo un socialismo pos soviético para pobres.

Con esta filosofía, a comienzos del siglo XXI, primero Chávez y luego Maduro, inauguraron una política de sistemáticas expropiaciones, dispendiosas políticas sociales, hostilidad a las inversiones extranjeras, ausencia de prudencia fiscal y cuantiosos déficits externos que en poco tiempo terminaron con el superávit petrolero. Un cuadro seguido por hambre, miseria, desesperanza, falta de medicamentos y el dramático exilio de parte de su población. Todo ello, acompañado por la irreversible caída de sus instituciones democráticas transformando al gobierno del socialismo bolivariano del siglo XXI en una lamentable dictadura, atentatoria de la vida y dignidad de su pueblo. En un panorama que si por un lado colocó a los venezolanos en una desesperante coyuntura histórica, por otro resultó otra muestra de la ineficacia de políticas que buscando la equidad -como fue el caso de Cuba y de todos los populismos recientes de nuestro continente- concluyeron en el desconocimiento de los derechos humanos y de las instituciones liberales que las hacen posible.

La actual Venezuela aparece así como otra secuela de las dificultades de la izquierda universal, aún empantanada en la insuperable debacle soviética, para refundar su práctica y su ideología. Tal como si no pudiera encontrar modelos sociales que confieran sustento a sus valores. Por su parte, el sufrimiento de los venezolanos, carentes de mínimas condiciones para vivir en su patria e impedidos arbitrariamente de recibir ayuda humanitaria por su propio Gobierno, impulsa un contexto que despierta el deber internacional de protegerlos. Algo que nada tiene que ver con la neutralidad en su pugna interna. No obstante, esta dramática situación de los vecinos no autoriza a abandonar el principio de no intervención, principio que sólo puede ceder, si la decisión de ayuda humanitaria es adoptada mediante resolución de Naciones Unidas. Ya sea del Consejo o de la Asamblea General si su actuación no interfiriere con este.

Actuar militarmente transgrediendo lo establecido en la Carta, como pretenden los Estados Unidos, que se reservan el derecho de intervenir unilateralmente como recientemente en Libia o como fue el caso de la Federación Rusa en el Cáucaso, implica desconocer el orden jurídico internacional. Nada más ofensivo y grave para la vida civilizada de las naciones que una política que retorne a la ley del más fuerte. Una situación que los latinoamericanos, pese a lo mucho que nos duela Venezuela, no aceptamos volver a vivir.

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