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Uruguay y Estados Unidos

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HEBERT GATTO
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La cancillería uruguaya molesta con una decisión del Departamento de Estado de los Estados Unidos comunicando a sus eventuales viajeros que nuestro país ha aumentado sus índices delictivos, optó con responder con un aviso similar, notificando a nuestros ciudadanos, sobre la confrontación y el odio racial que impera en el país del norte.

La réplica resulta pueril por no decir tonta. Las calificaciones internacionales generales como advertencia de viaje a sus connacionales constituyen una práctica adoptada por muchos países en el mundo, entre ellos Estados Unidos que lo hace desde siempre, sin que ello suponga de suyo injerencia en los asuntos de terceros. Simplemente resaltan un hecho que creen útil para su gente. La reacción uruguaya sospechando que EEUU lo hace para incidir en nuestros próximos comicios carece de pruebas, solo demuestra el temor con que los frentistas aguardan estas elecciones. Tanto que no evitan caer en el ridículo.

Lo peor, es que el hecho no solo lastima a la coalición frentista sino que agrede a la sólida y centenaria tradición internacional uruguaya, caracterizada desde sus inicios por su seriedad, su apego al derecho internacional y su reiterada defensa del principio de “NO INTERVENCIÓN”, entendido éste en su recta acepción. No, como ahora lo interpreta nuestro gobierno, como un principio que veda que un país pueda manifestarse sobre los regímenes y actitudes de aquellas naciones contrarias al estado de derecho. Bajo el pretexto que ello, promoviendo la violencia interna, agravaría sus conflictos interiores Yo no soy quien, dice el Canciller con cara de póker, para juzgar gobiernos ajenos. Con ello inaugura una regresiva práctica internacional, que a tenor de su rigidez, impide que Uruguay, como corresponde, bogue por los derechos humanos de pueblos extranjeros o por la vigencia universal de la democracia.

Un absurdo moral por omisión, pero además una clarísima violación de la Carta de las Naciones Unidas, y de sus Pactos complementarios, así como del derecho interamericano que obligan a su defensa. Sin embargo, créase o no, ante cierta pasividad general, éste, el de callados mediadores universales auto designados, es el papel que nuestro gobierno, dañando el rol pionero del Uruguay, procura que de ahora en más adopte el país. Un pacifismo mudo y complaciente, jugado a convencer dictadores.

Lo expuesto no supone olvidar el papel de la diplomacia norteamericana hacia nuestro continente. Ni su clara disposición a imponernos sus intereses que iniciada con la triste doctrina Monroe, prosiguió con la invasión de Cuba, sus intervenciones en América Central o su descarada participación en los últimos golpes militares. Ello sin perjuicio de la “nordomanía” que señalaba Rodó, un síndrome de auto desprecio, ese sí de nuestra cosecha. Por eso, la crítica al poderoso impone que ella se realice con seriedad y fundamento. Ya bastante macaneamos en el pasado con el uso, a menudo irresponsable, del concepto leninista de imperialismo, una coartada que a menudo sirvió para eludir nuestras propias responsabilidades. En tiempos en que la Presidencia de los Estados Unidos está ocupada por un nacionalista irresponsable como Donald Trump, es sabio evitar puerilidades infundadas e innecesarias en nuestra política exterior.

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