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El terrorismo distinto

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Si la verdad es aquello que se percibe, Occidente está en guerra con el Estado Islámico. Por más que no se trate de una guerra clásica, desarrollada sobre un territorio definido entre ejércitos regulares, sino un enfrentamiento que desconoce fronteras.

Si la verdad es aquello que se percibe, Occidente está en guerra con el Estado Islámico. Por más que no se trate de una guerra clásica, desarrollada sobre un territorio definido entre ejércitos regulares, sino un enfrentamiento que desconoce fronteras.

Seguramente el primer choque de este tipo en toda la historia de la humanidad, ni siquiera comparable a la lucha entre Europa y el islam, cuando las cruzadas inauguraron la primera batalla por la fe. No solamente porque entonces, pese al baño de sangre, fuera de los teatros bélicos no estuvo en juego la vida de los civiles, sino que el enfrentamiento comenzó con un objetivo definido: la reconquista de Jerusalén y con él la tumba del Dios Cristiano. Hace de esto nueve siglos. Luego la Reforma, aún en su crueldad, fue un conflicto de Iglesias. Ahora es diferente, se trata de una guerra de dioses. Para los yihadistas, implica la desaparición de cualquier religión, con fieles incluidos, que no se conviertan a su islam y a sus valores. Por esta razón su terrorismo es distinto al que hasta ahora han esgrimido otros movimientos similares; no solamente se vale de actos que procuran sembrar pánico en sus adversarios, sino que la finalidad del mismo se dirige a propósitos no seculares, que no admiten discusión.

Como ellos mismos se encargan de mostrarlo, los integrantes del ISIS no solamente asesinan a seres inermes, los hacen explotar, los degüellan, los queman en jaulas, los lapidan, los arrastran con sus vehículos como remolques que se pulverizan contra el suelo, los secuestran, los violan sin piedad y los ofrecen en venta, sin dejar de filmar, con disfrute, cada una de estas atrocidades.

Esto es terrorismo, pero distinto a los que hemos conocido, a los nazis por ejemplo, que mataban por millones en los campos de exterminio pero ocultaban sus crímenes; donde podían borraban sus huellas genocidas; destruían sus salas de gaseamiento y hacían desaparecer sus hornos, conscientes de la magnitud de su mal. O a los estalinistas que asesinaban de un tiro en Lagers recónditos de Siberia, o le endosaban a otros sus matanzas como en Katyn. Más tarde nada sabían, como se evidenció en Nuremberg, en la generalizada amnesia de la población alemana o en el hipócrita mutismo soviético. Pero ello, con ser horrible, no impide reconocer que hay varias formas de terrorismos (estatal o no estatal), todos execrables y condenables, cualquiera sea su justificación, pero diferentes en sus objetivos, aunque en determinados aspectos, puedan coincidir en sus medios.

Por principio el terrorismo del ISIS, no es laico, alega obediencia a su Dios para justificarse y fundamenta sus acciones con dichos del Corán. Esto en los hechos tiene diferentes consecuencias. Los yihadistas no son burócratas ni insinceros, están absolutamente convencidos que es su Dios quien los conmina a exterminar a los infieles. Sus acciones son crueles, pero son mandatos divinos; su Estado no domina un territorio secular, es la patria de Alá, carente de fronteras estatales. Su inmolación los impele al Paraíso. No temen morir, los aguardan deseosas las huríes. Nos consta que este no es el pensamiento de la mayoría de los musulmanes, pero, como decían algunos anarquistas a fines del XIX, la propaganda por la acción motiva y hace emerger solidaridades inesperadas. Cuidado que la amenaza está presente.

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Hebert Gatto

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