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El primer ensayo del horror

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Para 1492 cuando los judíos son expulsados de España hacía siglos que estaban afincados allí. No menos de un milenio antes de la destrucción del II Templo por parte de las legiones de Tito, la Biblia sugiere su presencia en el sur del continente.

Para 1492 cuando los judíos son expulsados de España hacía siglos que estaban afincados allí. No menos de un milenio antes de la destrucción del II Templo por parte de las legiones de Tito, la Biblia sugiere su presencia en el sur del continente.

Bajo los visigodos, (arrianos o trinitarios) sufrieron crueles persecuciones y fueron reiteradamente conminados a la conversión (mucho antes que lo hiciera la Inquisición). Lo mismo sucedió con los islamitas (que contra la leyenda rosa pasaron de la tolerancia a la violencia) y con los católicos (que por momentos agravaron el proceso). Así los judíos vivieron siempre, sometidos a una intranquilidad permanente. Tolerados mientras resultaran útiles, pero permanentemente discriminados todo los distinguía: sus ropas, sus oficios, sus barrios, muchas de sus actividades, las bodas que no podían contraer, las calles que no podían transitar, las ocasiones en que no podían mostrarse, todo era precario en su existencia. Su vida y el relativo éxito económico de una pequeña élite privilegiada, no alcanza a explicar su estoica capacidad para mantenerse fieles a sí mismos, el misterio de su subsistencia en un medio tan hostil, el inconmovible amor a su Dios.

Rodeados por el desprecio, la subestimación, el deicidio como baldón; difamados de asesinos rituales como acusación perenne, supieron siempre reivindicar su identidad. Cuando otros se hubieran asimilado, ellos reivindicaron su religión y sus características nacionales. Por períodos protegidos, por algunos monarcas, en ocasiones estos mismos los perseguían para confiscarlos y luego, poco después, requerirlos para cobrarles impuestos de readmisión y usarlos como recaudadores. La historia de su sufrimiento es conocida aunque no lo bastante repudiada.

Menos es conocida la brillantez de su cultura del período. Por lo menos en Sefarad, opacada por la sucesión de horrores por venir.

En el año 1391, luego de decenios de martirios renovados, la situación de los sefardíes hizo crisis. En Sevilla se desatan algaradas populares y cientos, quizás miles se van o son perseguidos y asesinados. Los rumores difamatorios proclamados durante las cruzadas, azuzados luego por la peste negra avivan el clima de intolerancia en el norte de Europa. Envenenamientos de pozos de agua, hostias profanadas, campañas contra los conversos, la Suprema, fundada en 1478 toma cartas en el asunto e inaugura los Autos de Fe para solaz de multitudes fanatizadas. La unidad de la fe católica -se dice-, exige llegar hasta el hueso contra los "criptojudíos", las necesidades económicas de la Corona, el rencor de los cristianos viejos, la unidad espiritual, todo colabora, y por fin en marzo de 1492, miles de judíos son conminados a abjurar de su Dios o abandonar la península. Decenas de miles de ellos -¿50.000? o ¿100.000?-, marchan penosamente hacia un destino incierto. Muchos mueren en el camino. Otros -seguramente menos- se convierten bajo presión. No es la primera vez que son expulsados de Europa. Pero aquí, por su dimensión comienza el primer ensayo planificado desde el Estado, en el intento sistemático de destruir un pueblo que continuará por cinco siglos. En nombre de un Dios inclemente o de una raza de señores más tarde. Lo que no varía es el chivo expiatorio. A ellos se sigue demandando su sangre y su orgullo por su identidad. De esas vergüenzas hizo 522 años.

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Hebert Gatto

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