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Praga, 1968

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Pablo Da Silveira
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En estos días se están cumpliendo 50 años de la llamada "Primavera de Praga", uno de los más famosos levantamientos contra un régimen comunista.

La "Primavera" fue un breve período que corrió entre el 5 de enero de 1968, cuando Alexander Dubcek tomó le control del Partido Comunista checoslovaco, y el 21 de agosto del mismo año, cuando el país fue invadido por cinco mil tanques y medio millón de soldados provenientes de la Unión Soviética y otros cuatro países del Pacto de Varsovia.

Lo que condujo a esa feroz acción militar no fue una insurrección armada ni un intento de ruptura radical. Dubcek creía en el socialismo y pretendía mantener buenas relaciones con Moscú. Además, una experiencia ocurrida en Hungría en 1956 había enseñado que cualquier intento de romper con el comunismo solo podía conducir a un gigantesco baño de sangre.

Dubcek era un líder popular y moderadamente reformador. Su plan era flexibilizar el sistema económico, como manera de combatir la escasez que castigaba a la población, y democratizar el régimen político. La adhesión al comunismo no se ponía en cuestión, pero Dubcek estaba dispuesto a tolerar cierto grado de libertad de prensa y a debilitar las políticas represivas. Su lema era construir "un socialismo con rostro humano", lo que era toda una confesión sobre el verdadero rostro que había mostrado hasta entonces.

Tanto en Moscú como en las demás capitales del bloque socialista, los intentos reformistas de Dubcek hicieron sonar las alarmas. Si esta ola de reformas se extendía, solo podían esperarse revueltas, tensiones y desestabilización política. Los dirigentes del mundo comunista se equivocaban en muchas cosas, pero había un punto en el que estaban perfectamente claros: sabían que la gente no los quería y que solo podían sostenerse en el poder a fuerza de represión. El muro de Berlín (un muro que no había sido hecho para evitar que entraran los de afuera, sino para que no salieran los de adentro) era la materialización de esa conciencia.

De modo que, tras algunas negociaciones infructuosas, todo terminó en una gran invasión militar. El pueblo checo opuso una intensa resistencia pacífica. Se organizaron grandes manifestaciones, se pintaban carteles en ruso llamando a los invasores a no atacar, se distribuían panfletos de contenido político. Pero todo terminó en poco tiempo. En el camino quedaron más de un centenar de muertos y un cuarto de millón de checos que abandonaron el país con lo puesto.

Mientras tanto, el Partido Comunista uruguayo aplaudía los acontecimientos. En su edición del 21 de agosto de aquel año, el diario El Popular (órgano oficial del PCU) editorializaba en estos términos: "Tropas del Tratado de Varsovia, de la URSS, la RDA, Polonia, Hungría y Bulgaria han entrado en Checoslovaquia. Lo han hecho para enfrentar los actos agresivos del imperialismo norteamericano y de los neonazis revanchistas de Bonn (…). Estamos plenamente seguros de que ello no significará ninguna injerencia en la vida de dicho país, sino que, como ocurrió en Hungría, salvará a Checoslovaquia de la restauración capitalista y del fascismo, y asegurará la paz mundial".

Nada muy distinto de lo que dicen hoy los comunistas uruguayos en defensa de las dictaduras de Nicolás Maduro y Daniel Ortega. Porque a los comunistas solo les molestan las dictaduras y los imperialismos cuando no los controlan.

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