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Pandemia y solidaridad

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hebert gatto
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Resulta evidente que la crisis que atravesamos se manifiesta en múltiples aspectos, al punto que la sociabilidad, concebida como interacción entre los integrantes de una sociedad, se muestra cuestionada o reducida a un plano meramente virtual.

Pantallas o teléfonos. Esto significa que si este impulso constitutivo, la esencia misma de un colectivo, no resulta actualizada, se debilita gradualmente aumentando la anomia y el desánimo. Tal lo que ocurre con nuestras comunidades hoy disminuidas en su contacto humano directo, pese a la variedad de los medios de comunicación. En sociedades donde tapabocas, caretas, vestimentas y guantes quirúrgicos cuestionan las cercanías, integrándonos en un desangelado mundo de ficción, no cabe extrañar que las reacciones de sus miembros vayan perdiendo nivel.

Algo de esto ocurre en nuestro país con las airadas respuestas de algunas agrupaciones -especialmente de los gremios magisteriales, súbitamente transformados en epidemiólogos-, frente a la demanda de su reintegro parcial a la vida productiva. Un retorno que para los seres humanos que basan su reproducción como especie en el trabajo y la cultura resulta ineludible, por más que naturalmente deban discutirse los tiempos y modalidades de su realización. Un problema técnico sanitario inmerso en un desafío político y económico. Ello no significa que no sea cierto que cuanto más tiempo extendamos el extrañamiento social, retrasando la vuelta a la producción, más evitaremos la expansión de la enfermedad. El virus carece de movilidad propia y es la dinámica de los “homo sapiens” la única que los traslada de un lugar a otro. Probablemente, si todos los humanos, sin excepción alguna, nos aisláramos totalmente durante un mes, el Covid 19 desaparecería de la faz de la tierra. O se refugiaría en algún ignoto animal. En el intermedio muchos de nosotros moriríamos pero también lo harían los agentes patógenos. Por más que este apagón civilizatorio es obviamente impensable.

Para sobrevivir en aislamiento necesitamos alimentos, prestaciones mínimas como agua, gas y electricidad, servicios médicos imprescindibles para la preservación de la salud, cuerpos policiales y militares que enfrenten la violencia y el delito, así como teléfonos, radios y televisores para comunicarnos; ello no será viable sin un mínimo de fraternidad que nos permita vivir y morir como lo que somos: seres sociales integrales. Al igual que requeriremos de los medios que lo permitan y de la valentía de quienes los proporcionen. Todo esto es elemental; sin embargo no es siempre reconocido. En Uruguay lo omiten quienes objetan su reintegro, reclamando condiciones ideales, sin advertir que al hacerlo dañan a quienes sin prórrogas, carecen de alternativas para desertar. Miles y miles de uruguayos.

Podrá discutirse si este retorno, para el que se prometen las mejores condiciones higiénicas posibles, deberá ser inminente o prorrogarse diez días. Suena lógico asimismo, escuchar a quienes van a ser convocados y en lo que se pueda, atender a sus reclamos. Pero ello no impide recordar que la verdadera solidaridad es la de aquellos que desde el inicio luchan en el frente de batalla y ni por un minuto enlentecen su sacrificio. No es hora de reclamos, es tiempo de solidaridad.

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