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El neopopulismo

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Hebert Gatto
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No hay estudio que se precie, referido a la realidad política contemporánea sin mención al populismo. Tanto que el vocablo ha adquirido una sobrecarga semántica que pone en peligro su utilidad. Esta frecuencia, si por un lado adelgaza la categoría, por otro revela la emergencia de un suceso político recurrente, con el resultado que el exceso de definiciones, sumado a la ubicuidad del fenómeno, contribuyen a su radical ambigüedad.

Como consecuencia de este contexto al populismo se lo caracteriza, no sin cierta ambigüedad, como el intento por simplificar la sociedad, para constituirla, evitando matices, en la oposición de dos bandos enfrentados en lucha crucial. Ello expresado en la persona del líder que encarna esa dicotomía y la reproduce a cada paso para mantener la permanente movilización popular, haciendo de ella el leitmotiv de la vida política.

Esto hace que el populismo suela ser identificado como un modo de decir la política, un discurso tendiente a simplificar y dividir las sociedades y convertirlas en campo de batalla entre dos agrupaciones enemigas creadas por el propio discurso: pueblo (receptor de toda virtud) y oligarquía (su contrario). Con la final victoria del primero. Lo que le permite albergar a realidades políticas diferentes entre sí, tanto en lo que refiere a su localización geográfica, de América a Europa como a su orientación ideológica, de izquierda a derecha.

Las dificultades de estas caracterizaciones es que si bien describen los atributos básicos del discurso populista, no identifican cuál es la entidad (partido, movimiento, grupo, o gobierno) que los formula y cuáles de sus modalidades operativas justifican ese discurso. En este sentido entendemos que con el sustantivo populismo, o más bien neopopulismo, como actual evolución y concreción de sus antecedentes históricos, se define un modo particular de ejercer el gobierno, una forma parcialmente novedosa de plasmar el viejo populismo, ahora en el siglo XXI.

Se practica el neopopulismo actuando desde el poder, ni antes ni después, salvo como discurso retroactivo o como promesa partidaria de su implantación. El neopopulismo por tanto, no es en sí mismo ni un programa ni una ideología, es una modalidad operativa en acto, una forma de funcionamiento y actuación de ciertos gobiernos, dotados de discursos que justifican esa práctica. Un funcionamiento gubernamental que, en tanto acota el pluralismo, suple en el siglo XXI al partido totalitario. Con lo cual sigue cumpliendo, aunque más limitadamente su rol antidemocrático.

Aclarando que por “mayoritarismo” se entiende un neologismo que define una modalidad exclusivista de ejercer el gobierno, que sin eliminarlos, reduce al mínimo la participación de los grupos y partidos opositores.Al tiempo que siguiendo igual lógica, el neopopulismo erosiona (aunque en general tampoco suprime totalmente), las restantes instituciones democrático liberales, incluyendo los medios de comunicación.

De ese modo, menoscabando las tradiciones ilustradas, el neopopulismo genera en su práctica una sociedad fuertemente antagonizada, de amigos y enemigos, sin incurrir, necesariamente, en prácticas inconstitucionales. Pero que, a diferencia del autoritarismo clásico, apela al pueblo, estimula el nacionalismo e invoca su mayoría electoral para legitimarse. Con lo que se sitúa como una forma intermedia de gobierno entre democracia liberal y totalitarismo.

En rigor se trata de gobiernos que quiebran los lazos entre democracia y liberalismo, obviando los enormes aportes históricos de este último en materia de frenos, contrapesos, garantías y libertades ciudadanas. Para lograrlo renuncian a la búsqueda de consenso para instituir mandatos mayoritarios. Al definir la política como lucha entre antagonistas se colocan lejos de la doctrina dialogal de consenso racional entre contendores, que fundamenta la democracia liberal y el constitucionalismo.

Para ellos mayoría electoral equivale a razón, no a cuota de representación. Tal como si reeditaran características de la vieja democracia mayoritaria, en un mundo previo al surgimiento del liberalismo. Sin atender a una fundamental diferencia: la inexistencia del pluralismo surgido posteriormente como consecuencia de las grandes revoluciones atlánticas.

Es precisamente esta característica “mayoritarista” de ejercer el gobierno -una forma degenerada de democracia moderna- que diferencia al neopopulismo de modalidades fronterizas co-mo las dictaduras clásicas o los totalitarismos de partido único, decisivos durante el siglo veinte y la sitúa dentro de la variedad (menos precisa) de los autoritarismos. Una patología del siglo XXI del funcionamiento democrático. De allí también la desconfianza populista a la democracia representativa, su apelación a la participación popular, e incluso la frecuente invocación de instituciones de democracia directa, para, en los hechos desconocer las minorías.

Cabe señalar por último, que esta forma de definir el neopopulismo, permite explicar cómo el mismo puede aplicarse a varias de las actuales experiencias europeas y americanas, tanto a la derecha como a la izquierda. No se trata de negar las diferencias entre ambas ideologías.

Alcanza con entender cómo los dos extremismos, colapsadas sus antiguas doctrinas, apelan al neopopulismo en su práctica política, para, con parecidos efectos, continuar rehusándose al liberalismo.

1) Laclau, Ernesto, La razón Populista, Bs. Aires, 2005; Chantal Mouffe, En torno a la política, Bs. Aires, 2010.

2) Panizza, Francisco, El populismo como espejo de la democracia, Bs. Aires, 2005.

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