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Un mundo que salvar

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hebert gatto
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Según las Naciones Unidas, el 15 de noviembre pasado nuestro planeta alcanzó la escalofriante cifra de 8.000 millones de habitantes. En los últimos doce años, desde 2010 hasta hoy, la Tierra aumentó en 1.000 millones su población total.

Se calcula que seremos 9.000 millones en el 2037 y 10.000 millones alrededor de 2058. Una cifra muy difícil de vivenciar. ¿Puede la humanidad, dividida en clanes nacionales y apetitos locales de poder, sin ningún tipo de centralización efectiva, soportar este proceso? Todo parece indicar que el progreso científico-técnico no será suficiente para mantenerlo, particularmente cuando la mayor parte de los nacimientos se produce en los países más pobres del planeta. Hasta ahora, ello ha sido relativamente posible, por más que en dramáticas condiciones, para los más pobres y marginados. Vista la creciente degradación ambiental, incluso este avance está puesto en cuestión.

Los marginados, que son miles de millones conviven con un planeta que se derrumba, azotado por el calentamiento global, la deforestación, la inmigración, la pérdida de la biodiversidad y el crecimiento humano. Sin que a nivel internacional se adopten medidas efectivas para contenerlo.

En medio de este caos ecológico-civilizatorio, donde los más afortunados, miramos sin culpa el hambre, la enfermedad e incluso la eventual desaparición de nuestros congéneres, aparecen o se consolidan figuras políticas que anuncian desentenderse aún más de los extranjeros, ampliando, desde su estrecho nacionalismo, sus políticas represivas. Estos líderes no surgen en territorios remotos o insignificantes, sino en naciones cultas y desarrolladas, muchas en la cuna misma de la civilización. Como en EE.UU., la tierra de promisión, donde Donald Trump, el populista belicista con mayor poder del planeta, anuncia que competirá en las próximas elecciones de su país. Una pesadilla en ciernes.

China amenaza con su poder militar, e Italia, Francia, Hungría, Turquía, Polonia o Rusia, por solo nombrar países consolidados, echan de sus costas a los inmigrantes. Sin olvidar a Chávez, Maduro, Ortega o Bolsonaro en nuestro continente, a ninguno de los cuales les inquietaron, las derivas ecológicas antropológicas del planeta.

Desde comienzos del siglo XX la gran contradicción socio política oponía izquierdas y derechas. Ello le dio a centuria un carácter propio permitiendo los enfrentamientos más salvajes de la historia. Verdaderas guerras ideológicas donde se enfrentaron el comunismo, el fascismo y el liberalismo. Sus apetitos de poder permitieron setenta millones de muertos en las guerras mundiales. Sus batallas locales usando a terceros, otros treinta millones.

Actualmente estas cifras ya no conmueven, hablamos del peligro para miles de millones, o para todos. No porque izquierdas y derechas hayan desaparecido, sino porque sus consignas se gastaron y poco tienen para ofrecer. Los populismos los han suplantado y a ninguno de sus líderes le interesa la salud del mundo más allá de sus fronteras.

La democracia está en peligro, no por el desafío de los radicalismos clásicos sino por el emergente neo-nacionalismo populista. La nueva amenaza del siglo XXI.

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