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Miserias del siglo XXI

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hEBERT GATTO
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La 25 Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático finalizó en Madrid con más pena que gloria.

Más de 20.000 asistentes con enérgicos discursos augurando cercanas catástrofes ambientales no lograron conmover a las naciones más industrializadas renuentes. Sólo vagas promesas fueron el resultado de una conferencia decepcionante. Es que para países como China, E.E.U.U., India, Rusia, Corea del Sur o Japón sigue siendo el carbón, para ellos abundante, la fuente más barata de energía. A su irresponsable negativa se agregó un destemplado Bolsonaro, convencido de la necesidad de deforestar la Amazonía, aún a costa del oxígeno del mundo. Por más que se trate de una vasta región, algo que no todos recuerdan, que continúa siendo parte del empobrecido territorio brasileño.

El inefable Donald Trump ha aconsejado a Greta Thunberg, la adolescente sueca devenida emblema de la lucha contra el calentamiento global que maneje mejor su ira y se relacione con jóvenes de su edad, mientras Bolsonaro, la ha calificado de mocosa, seguramente asumiendo que sólo seres masculinos, maduros y conservadores en su estilo, pueden afrontar los problemas del mundo. Lo cierto, sin embargo, es que serán los jóvenes de la edad de Greta los que sufrirán las probables desventuras de un planeta al que la ciencia le augura tantas calamidades. Tales, por ejemplo, las conclusiones del Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático de N.U, anunciando calentamientos oceánicos, derretimiento de los casquetes polares, desmedida suba de temperaturas, aumento de enfermedades infecciosas y desaparición por inundaciones de ciudades como Karachi y Bangladesh, en algunos casos en fechas tan tempranas como el 2050. Un panorama de desgracias que seguramente no afectará a quienes peinando canas hoy comandan el planeta tierra. Pero que seguramente recaerá sobre muchos de estos jóvenes y los tantos por venir, castigados por muchas generaciones desaprensivas.

El problema es que este del cambio climático es uno más de los muchos desafíos que en este comienzo de siglo aquejan a una humanidad ajena e indefensa. No se trata que integremos el grupo de aquellos que piensan que superando la avaricia capitalista el mundo sabrá defenderse. Si algo ha mostrado el siglo veinte, tan corto en otras enseñanzas, es la imposibilidad a breve o mediano plazo de remedios basadas en paraísos sublunares. Más modestamente y sin divagues utópicos, pretendemos referirnos a la creciente impotencia de la política como instrumento de defensa colectiva. Al declive, desde fines de los ochenta de soluciones internacionales basadas en un multilateralismo solidario, diseñado a través de enclaves institucionales sólidos. Habitamos un mundo donde ciegos intereses económicos desplegados por gigantescas corporaciones transnacionales, muchas de ellas meramente financieras, desplazaron o subordinaron a la planificación consciente (y por ende a los Estados y a las organizaciones supra nacionales), en la resolución de los grandes desafíos: desde la equidad social a los crecientes riesgos ambientales. Cuan deseable sería, si es que nos proponemos revitalizarla, comenzar a dar lugar en ella a los jóvenes, legándoles para eso, un planeta habitable.

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