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Medio siglo de frentismo

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HEBERT GATTO
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En febrero de 1971 el Uruguay se vio acosado por una per- sistente decadencia económica mientras sus instituciones resultaban asoladas por una apasionada guerrilla revolucionaria.

En ese clima, debilitado su sistema de partidos y soportando a un presidente políticamente irresponsable, la izquierda, asociando sus dos representantes, fundó la coalición Frente Amplio. Hoy, transcurrido medio siglo continúa siendo difícil olvidar las esperanzas y angustias de entonces.

Sin embargo, aquella izquierda fundadora, integrada por el Partido Comunista y el maltrecho Partido Socialista, estaba lejos por entonces de consustanciarse con la democracia liberal. La ejecutaba, es cierto, en su práctica política, impulsada por una disonancia cognitiva que la acompañó durante toda su historia, pero hacía lo contrario a lo que teorizaba. Sus partidos, jugando en ambas canchas, reservaban al socialismo para el fin de la historia mientras ejercían el pluralismo en su política cotidiana. Este inestable equilibrio entre práctica e ideología, aún hoy no superado, les permitió cooptar para el Frente individuos y Partidos de incuestionable tradición democrática.

Además, esta particularidad les impuso la necesidad y la ventaja de diferenciar sus fundamentos teologales de sus promesas electorales. En la ideología mantenían su marxismo como proyecto fundacional: toma revolucionaria del poder por el proletariado, el teologismo histórico y socialismo como culmen del proceso.

En cuanto a su programa, con el que fundaron el Frente, su oferta gubernamental a corto plazo era bastante menos rupturista, sin abandonar un vanguardismo convenientemente combinado con la promesa democrática: estatismo, nacionalismo, estadocentrismo, planificación, antiimperialismo y antidependencia. Objetivos implementados mediante: reforma agraria integral, nacionalización de la banca y del comercio exterior, no pago de la deuda externa, reforma tributaria, restricciones al capital extranjero, defensa del salario y los sindicatos. De ese modo, como si de Hyde y Jeckyll se tratara, desplegaban un desarrollismo también ausente en su doctrina.

El posterior y exitoso desarrollo de la coalición es conocido. Su tardía oposición a la dictadura militar (la aceptó en febrero de 1973, la rechazó en junio), su franco enfrentamiento a la misma y la reafirmación del pluralismo a la vista de los horrores del autoritarismo, fueron sus logros mayores.

Entre 1985 y 1994 sus avatares internos fueron públicos, tanto el Movimiento por el Gobierno del Pueblo con Hugo Batalla a la cabeza, como el PDC, terminaron por retirarse frenados por la persistencia de un marxismo encubierto presionando sobre el programa frentista. Simultáneamente el movimiento Tupamaro, ideológicamente similar a los fundadores, ingresó a la coalición donde poco a poco, logró imponerse.

La década de los noventa fue paradojal para el Frente. Si bien asistió a la pulverización del imperio soviético, superando una oposición políticamente desgastada, obtuvo el gobierno de la capital del país. Quince años más tarde, consagrado el Encuentro Progresista como cobertura mayormente liberal, conquistó el gobierno nacional.

Lo logró, no ya asaltando a las instituciones como prometía en los sesenta, sino como preconizaba Gramsci, aprovechando posicionalmente el paulatino desplome de sus rivales tradicionales e imponiendo su hegemonía cultural (primero a nivel estudiantil y pronto alcanzando las manifestaciones más refinadas de la alta cultura abandonadas por sus rivales).

Con tanto éxito, particularmente en la enseñanza media y universitaria, que reescribió la historia del siglo XX. Bajo su pluma, al influjo del revisionismo, esta se transmutó en la exitosa epopeya de la izquierda uruguaya. Por su lado la guerrilla, ahora frentista, fue presentada como previniendo una dictadura militar a la que al final doblegó. Bien puede decirse que el compromiso frentista no solo permitió a la izquierda encubrir su derrumbe ideológico, sino, en tono hazañoso, impulsar al unísono su victoria cultural, coronada por su ocupación de la abandonada estadocracia batllista.

En este clima bien puede decirse que los últimos treinta años de la vida del país, desde que accede al gobierno municipal de Montevideo, fue un período donde rebajando su ideología, adaptó paulatinamente su programa a las necesidades de la administración capitalista, manteniendo, pese a desprendimientos menores, tanto el gobierno como su unidad interior. Un fenómeno complejo, de producción local, que merece reflexión.

Durante ese lapso la izquierda nacional, pierde en su programa, una a una sus señas de identidad ideológica, su pasado, e incluso su objetivo existencial, su razón de existir. Ya no debe, en lo cotidiano, proclamarse clasista revolucionaria. Arropada por el elástico programa frentista, abandona las nacionalizaciones, el antidependentismo o cualquier atisbo de socialismo (salvo las velitas de Mujica) sin por eso perder el apoyo popular.

De sus resonantes certezas ideológicas, históricas, políticas y sociales poco le queda: vagas promesas hacia el infinito y una estimable preocupación genérica por los pobres y desfavorecidos, que obviamente, destruidos sus remedios sociohistóricos para liberarlos de esa condición, mal pueden caracterizarse como de izquierda. Más bien se confunde con gran parte de las derechas u orientaciones religiosas que también atacan la pobreza mediante la mera filantropía. Privada o estatal, no en balde ambas confluyen en el populismo.

Mediante ambas operaciones, ideológica en sus partidos y programática en la coalición, mantuvo su magisterio político/cultural. Además tuvo la fortuna de gobernar en una etapa donde, en su mayor parte, las condiciones externas le fueron favorables. En los primeros años, los de auge, se desplazó sin dificultades, luego, en los últimos, perdidas sus anteriores certezas, careció de recursos conceptuales para encontrar soluciones.

Sin inversiones, apeló a lo que le quedaba en su despojado equipaje: un estado interventor, (recuérdese que antes lo disolvía), estímulo a la demanda, endeudamiento externo y un populismo creciente (su nuevo paradigma.) Refutadas las ideas, que conformaban su ser, no logró revertir la crisis y la ciudadanía, que lo advirtió, apostó por nuevos caminos.

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