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La lucha contra la pandemia

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hebert gatto
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Uno puede pensarlo, más difícil es comunicarlo: el Uruguay, el país de los milagros parece haber superado lo peor de la pandemia.

O por lo menos aplanado la temible curva de su expansión. Tan pronto nos atrevemos a creerlo sobreviene el frenazo, el temor a la confianza infundada. Ilusionarnos supone un pecado de orgullo, pedir el sobresaliente antes de hacer los deberes, diferenciarnos del mundo sin pruebas contundentes. Por eso las autoridades, los infectólogos, los epidemiólogos, los prudentes y los temerosos atenúan el comentario, evaden el optimismo. ¿Acaso el vecino brasileño con sus miles de casos y su virulenta mortalidad, no presiona nuestras débiles fronteras? ¿Ello no representa un desafío de enorme magnitud?

Estamos bien sí, pero a continuación, como un reflejo condicionado, se nos recuerda que no es posible bajar la guardia, que un solo caso adicional puede desatar el caos; se machacan las prevenciones: guardar las distancias, mantener la higiene, fabricar tapabocas, que hasta uno oficial tenemos, con el escudo de la República. Sin embargo, las cifras son indicadores objetivos, aún cuando no sean fáciles de interpretar, aceptando que el futuro está abierto y la temida némesis siempre es posible.

Al día de hoy, jueves 21 de abril, el mundo acusa alrededor de cinco millones de infectados con 324.000 fallecidos, lo que lleva a un porcentual de decesos, de más del 6% un guarismo que mete miedo. La O.M.S. reportó para el día 20 de este mes 106.000 enfermos, el mayor número de casos de COVID 19 en una sola jornada. Dos tercios de ellos en Estados Unidos, Rusia, Brasil y Arabia Saudí, seguidos por India, Perú y Catar. Mientras China, en noticia bienvenida, se apresta a declarar el fin de la pandemia. Algo parecido, pero menos enfático es lo que ocurre en los países nórdicos, con excepción de Suecia. También es cierto que día por medio se anuncian tratamientos preventivos (desde plasma de los recuperados hasta tratamientos antivirales), mientras compiten por la vacuna los laboratorios de varias naciones. La gran incógnita radica si, como sostiene la O.M.S. los eventuales tratamientos deben ser bienes públicos, de los cuales podrán disponer libremente todos los países, o, como aparentemente pretende EEUU, las empresa de cada país, fijarán su precio. Una pugna íntimamente relacionada con el destino del mundo para el día después.

En Uruguay la realidad, dentro de las difíciles condiciones que impone la pandemia, parece de sueño. Nuestros porcentajes de infectados andan en centésimos del uno por ciento, los de fallecidos, algo mayores, son de cualquier modo, inferiores a las gripes ordinarias. Las disponibilidades hospitalarias son, por ahora, más que suficientes. Fuera de lo acertado de las medidas iniciales adoptadas por el gobierno y del relativo buen comportamiento de la población, resulta difícil explicar el fenómeno. Es posible que nuestra pequeñez y el escaso desarrollo urbano explique parte del éxito. ¿Pero alcanza con ello? Son muchos los países de poca población con menos suceso que Uruguay. Integramos en muy buen lugar el pelotón de los despegados. Lo deseable es seguir en el mismo puesto, lo que nos permitiría celebrar otro milagro oriental. Esta vez, con las mejores razones para ello.

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