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La izquierda y el Frente Amplio

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El miércoles 17, durante el Consejo de Ministros de ese día y ante la sorpresa de la mayoría de sus asistentes, el Presidente Vázquez planteó que el próximo presupuesto debe ser de “izquierda y progresista”, en tanto, afirmó, tal es la definición de su gobierno. Agregó que sus políticas deberán tener un giro en esa dirección, por lo que es necesario plantear el tema y discutirlo “desde un punto de vista filosófico”, siendo esta la perspectiva adecuada para dilucidar porqué el Frente Amplio está en el gobierno.

El miércoles 17, durante el Consejo de Ministros de ese día y ante la sorpresa de la mayoría de sus asistentes, el Presidente Vázquez planteó que el próximo presupuesto debe ser de “izquierda y progresista”, en tanto, afirmó, tal es la definición de su gobierno. Agregó que sus políticas deberán tener un giro en esa dirección, por lo que es necesario plantear el tema y discutirlo “desde un punto de vista filosófico”, siendo esta la perspectiva adecuada para dilucidar porqué el Frente Amplio está en el gobierno.

Hasta aquí una sugerencia no esperada que más se asemeja al discurso del MPP, que a las reiteradas exhortaciones a la prudencia económica mantenida por el Ejecutivo y sus voceros. Pese a que plantea una discusión que el “progresismo” uruguayo ha conseguido sortear en su historia de más de medio siglo: ¿qué significa ser de izquierda en la segunda década del siglo XXI? Un interrogante además, que no se promueve desde la tranquila calma de la teoría sino desde la comprometida perspectiva de un presidente en funciones.

Con el ánimo de opinar -dado que suponemos que el debate no se limita al ámbito oficial donde fue oficializado, sino que toda la ciudadanía está invitada a participar- adelantemos algunos aspectos que ya no caracterizan a la izquierda uruguaya de hoy pero que ayudan a desbrozar el camino hacia una propuesta eventualmente más positiva. No tanto desde la abstracción que supone definir a la izquierda en general, sino en referencia a nuestro país y a la coalición que lo gobierna.

Como bien sostiene el sociólogo Álvaro Portillo (Brecha, 5/6/015), el proyecto frentista ideado en los años noventa y comenzado a ejecutar al lograr el gobierno “no cuestiona la vigencia del capitalismo en Uruguay” y pese a alguna sugerencia más programática que empírica, su implementación lo muestra lejos de constituir una etapa, no digamos hacia el socialismo -que rechazada la socialización de los medios de producción, nadie en el mundo sabe lo que significa-, sino incluso hacia algún difuso e indefinido pos capitalismo.

De lo que no cabe dudar es que se parece, aunque con menos brillo que en las experiencias nórdicas, al repudiado modelo social demócrata, que no hacía caudal en la formas de producir la riqueza social, sino en la introducción de reformas a los mecanismos de distributivos de mercado que aporten mejoras (siempre que el momento del capitalismo lo autorice) en la justicia social. Algo no muy distinto a lo que proponía el batllismo de los buenos tiempos del Partido Colorado o el más cercano reformismo wilsonista. Por supuesto todos ellos a millas de distancia del socialismo anticapitalista de los setenta.

Por eso, descontando lo logrado en estos quince últimos años, producto de una fase del capitalismo globalizado donde el precio de los productos de exportación lo permitió, queda aún por saber cuánto éxito tendrán estas políticas de base ética y regionalismo cerrado, en contextos económicos menos favorables.

Lo que resulta evidente es que Uruguay, salvo un cambio de última hora, ya no se apega a ellas, como lo demuestra su cercanía al TISA, la ansiedad por un acuerdo con la Unión Europea y en el plano político, su frialdad respecto a Venezuela. Resta saber que traerá este prometido debate. Seguiremos.

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Hebert Gatto

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