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La huelga política

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HEBERT GATTO

Mientras esto se escribe, el Pit-Cnt, con apoyo del Frente Amplio desarrolla el tercer paro general contra la actual Administración. No los detuvo la terrible pandemia que todavía nos azota, ni la necesidad de un respiro para paliar sus desastrosas consecuencias económicas y sociales.

Su única política válida parece ser demandar, exigir, coaccionar, generar violencia y obligarnos a convivir en un clima al que llaman militancia.

La plataforma es la de siempre, como si la dirigieran al mismísimo Dios Padre, único hacedor de milagros: vivir mejor, sin hambre ni femicidios, mejorar los salarios y por sobre todo, derogar la LUC, la clave del mal. La misma monótona repetición de consignas; ahora, ya archivada la utopía, sin proyectos para hacerla realidad. Es penoso, porque la izquierda uruguaya constituye una fuerza realmente poderosa. En relación a cada país, seguramente de las más fuertes del continente.

Representa nada menos que al cuarenta por ciento del electorado y es el único movimiento político que cuenta con el mejor de los aliados imaginables, la sociedad civil organizada en innumerables grupos funcionales, más un gremialismo sindical unificado y poderoso. A ello agrega una hegemonía cultural, particularmente entre artistas e intelectuales, que haría feliz al propio Gramsci.

Solo que ignora qué hacer con tanto poder. Hace treinta años colapsada la URSS, perdió la inspiración. En el 2005 cuando el mundo le respondió, pudo gobernar en medio del inédito auge económico capitalista de más de una década, usando un modelo que no era el suyo. Le bastó con aprovechar el período, cuando éste terminó, en la última mitad del decenio pasado, se precipitó en el desconcierto y la mayoría de los uruguayos terminó por repudiarla. Hoy, nuestra izquierda, no consigue entender como pudo fracasar, cuando solo le bastaría con que advirtiera que su proyecto ideológico, el modelo social que propone no es ni demócrata, ni marxista, liberal, nacionalista, socialdemócrata, socialista, revolucionario, reformista o keynesiano, es una confusa mezcla de todo eso. Se confiesa “progresista”.

Un artefacto socialmente poderoso pero carente de ideas, que deriva peligrosamente hacia el populismo. Algo parecido le ocurre al Pit-Cnt, con el mismo despiste pero más apegado al pasado, incapaz de un pensamiento propositivo que le permita trascender el anacronismo.

Por eso, privadas de alternativas, ambas organizaciones, como un gigante ciego, confunden oposición con negación. Sin referencias propias, su reacción es el negativismo político, el NO como emblema. Al nihilismo doctrinario, al poder por el poder, le añaden un arma poderosísima, un instrumento también del pasado, pero que aún lastima. El paro.

Un derecho del que no disponen sus rivales y que, mancomunados, utilizan con finalidades políticas. Amalgamando partido y sindicato, haciendo uno de ambos, se oponen al accionar del Estado y su gobierno, al que siguen imaginando (eso sí les queda), un rival compuesto de clases politicamente activas, ferozmente opuestas entre sí. Si pierden el gobierno, asumiendo que representan a la derrotada, inauguran una guerra cuyo objetivo único es reconquistar el poder. Tienen derecho pero no razón.

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