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Una guerra de todos

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La sucesión de terribles atentados del extremismo islámico, culminado en estos días con el de Orlando, exige revisar la actual situación de la guerra en Oriente y las formas que ella adopta fuera de esa región.

La sucesión de terribles atentados del extremismo islámico, culminado en estos días con el de Orlando, exige revisar la actual situación de la guerra en Oriente y las formas que ella adopta fuera de esa región.

Es claro que el Estado Islámico (ISIS) manifiesta su intención de actuar, con diferentes métodos, en ambos escenarios. Ello da a este enfrentamiento características inéditas en la historia. Una fracción más bien pequeña (pero en crecimiento) de una de las grandes religiones de la humanidad, anuncia y lleva a la práctica su intención de batirse con el mundo, aplicando a tales fines tanto medios convencionales como terroristas. Lo que coloca a este movimiento, así como a su predecesora Al Qaeda y su continuadora, el Frente “Al Nusra”, en una nueva categoría: el terrorismo universal de inspiración religiosa, sin fronteras ni límites culturales o morales de especie alguna.

En lo que refiere al enfrentamiento militar en su expresión más típica, tanto en Irak, como en Siria y Libia, parecería que luego de una fase inicial de triunfos sostenidos, seguidos de una rápida expansión territorial donde la creación del Califato auguraba una consolidación de ISIS como un Estado confesional de fronteras definidas, la actual reacción de sus adversarios está comenzando a desmoronar esas ambiciones. Tanto en Siria como en Irak, sus adversarios detuvieron la ofensiva y comienzan a reconquistar el terreno perdido. El polémico ejército sirio de Bashad al Asad, así como sus aliados chiítas de Hezbolla e Irán, con el apoyo ruso, se acercan a tomar la capital del Califato, algo a lo que asimismo aspiran las igualmente cercanas Fuerzas Democráticas de Siria (insurgentes sirios contrarios a su gobierno, kurdos y cristianos asirios), apoyados por EE.UU., en lo que constituye un heterogéneo complejo de fuerzas contrarias al ISIS, fuertemente divididas entre sí por razones religiosas y políticas: chiítas contras sunnies; sirios rebeldes contra sirios oficialistas; turcos y árabes sauditas contra iraníes e iraquíes chiítas, rusos poscomunistas contra norteamericanos, árabes contra cristianos, casi todos ellos contra los kurdos. Una oposición tan dividida, con objetivos tan disímiles, luego del triunfo no asegura nada.

Por más que no sea esta guerra la que debe preocuparnos. Seguramente ISIS sea derrotado militarmente, pero ello no sólo no asegura su desaparición sino que probablemente amplificará sus amenazas, en un fenómeno que como tal carece de antecedentes. No lo fueron las guerras en la antigüedad, los infinitos conflictos entre Estados nacionales, los enfrentamientos entre musulmanes y cristianos desde el siglo VII en adelante, o los derivados de la reforma protestante. Porque, pese a su virulencia, no se trató entonces de aniquilar al adversario ni de atacar indiscriminadamente a sus poblaciones. Mucho menos el método adoptado en los choques ideológicos del siglo XX del terrorismo suicida. Simplemente el desarrollo alcanzado no lo hacían posible. Ni siquiera en el caso del racismo nazi. Si bien no se trata de una guerra de civilizaciones, en el sentido de Huntington, es la muestra de algo más siniestro: la evidencia de cómo el renacido enfrentamiento religioso con una pequeña secta dogmática, puede derivar en un peligro indetenible para un mundo globalizado. La mezcla del medioevo con la física cuántica.

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Hebert Gatto

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