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El futuro post electoral

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hebert gatto
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Según los flamantes voceros del Frente Amplio, nos referimos al comando “interventor” designado por el M.P.P que desplaza o condiciona la anterior conducción del propio Daniel Martínez, “la oposición armó una coalición mediante acuerdos secretos entre cuatro paredes”.

Las declaraciones oficialistas, criticando a sus contendores por su facilidad para coaligarse merecen analizarse, revelan su modo de concebir el juego político.

Lo primero que sorprende es que los frentistas no asuman lo obvio. Ellos son y han sido siempre una coalición de partidos, con clarísimas diferencias entre sus componentes. Lo eran en 1971, cuando el Frente dio sus primeros pasos y sus integrantes se diferenciaban entre partidos marxistas y no marxistas, y lo siguen siendo ahora cuando se dividen entre la mayoría de ex guerrilleros del M.P.P, los comunistas leninistas de la 1001, los socialistas radicales del Senador Olesker, y los grupos de ideología más centristas (aunque minoritarios) agrupados bajo Bergara, la enigmática Vertiente Artiguista y los restos del Astorismo, a su vez, con matices entre ellos. Si bien todos sujetos a un programa común, ello no impidió que durante los últimos quince años tuvieran graves diferencias en su interpretación y que en ocasiones se separen en temas esenciales. Especialmente, porque sus desencuentros revelan distancias insalvables en su intelección del mundo social

Para unos, los mayoritarios, la humanidad marcha hacia el socialismo mientras otros, no participan de esa concepción y no adhieren ni al clasismo ni a la final socialización de los medios de producción. La evidencia de esas diferencias se concretan en sus apoyos o rechazos hacia los regímenes de izquierda del continente, así como en la forma en que, de acuerdo a sus mayorías, se expresa la coalición en su conjunto. Aún así parece honesto decir, que el hecho de pertenecer a un mismo gobierno durante quince años, generó en todos ellos algunos puntos de coincidencia, un fuerte sentimiento políticamente antiliberal y una adhesión incondicional a los movimientos sociales por sobre los ciudadanos, que parece ganar a todos pese a sus diversas ideologías. Una rémora que obstaculiza la forma en que se posicionan frente a la democracia liberal y que podríamos sintetizar en un particular e inconfundible “estilo frentista”. Una característica conductual que ahoga a medio país.

Frente a ellos y como resultado de los avatares de la propia historia del Uruguay y de la evolución de las ideas en sus últimos años, se erige una coalición opositora. Una coalición social liberal que, entre las decenas de ellas que existen en el mundo, tiene una particularidad que no es común. Agrupa a todo el arco anti oficialista del país, salvo ínfimas minorías y como consecuencia cuenta con una mayoría parlamentarias absoluta munida con un acuerdo general sobre los principales problemas de la nación. Ello hace que de ganar el Frente en segunda vuelta, a diferencia de lo que ocurrió en sus mandatos anteriores, no cuente con la posibilidad de mantener un gobierno estable, salvo si obtuviera la patriótica colaboración de esta misma coalición parlamentaria que ahora descarta como inválida, secreta, ineficaz y poco coherente. Lo cual prueba las incertidumbres que para nuestra nación significaría su hipotético triunfo.

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