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El Frente y el campo

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Hebert Gatto
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El 4 de febrero el Frente Amplio celebra los 47 años de su fundación. Para esa colectividad el acto importa no solo como recordatorio de esa fecha, sino en atención al clima conflictivo de estos días.

En tales circunstancias parece apropiado exhibir vigor y unidad, pese a que las autoridades frentistas han adelantado su aspiración de que la oportunidad no se transforme en mera actitud de respuesta.

Cuando estallaron las protestas, la impresión más generalizada, fundamentalmente en los estratos urbanos, en general poco informados del sentir rural, era que el país atravesaba un período de crecimiento moderado —incluyendo una leve mejoría en los precios de exportación de su producción primaria—, mientras se aguardaba un cierto aumento de la conflictividad ante la proximidad de los Consejos de Salarios. Tensión ya anunciada por la central sindical, pese a que, dada su cercanía política con el Frente, se la preveía dura, pero tolerable. Esto hizo que las presentes movilizaciones resultaran bastante inesperadas, incluso para el propio gobierno, que mantuvo al ministro del ramo en estado de latencia o vacancia y con muy poca intervención en el manejo de la economía. Una imprevisión que ahora le cuesta cara.

Pese a ello y a la generalizada sensación de que el presidente no estaba suficientemente preparado para lo que sobrevino, tanto que primero declinó o dilató entrevistarse con el agro, luego condicionó su representación negándosela a los autoconvocados, y por último urgió el encuentro sin exclusiones, puede aceptarse que su respuesta ha sido razonable, preservando el clima dialogal que las circunstancias exigen. Dicho sea esto sin ingresar en la valoración de las concretas medidas propuestas y sin omitir que las mismas deben evaluarse en el contexto general del país atendiendo a sus concretas posibilidades en un ámbito de suma cero, donde lo que uno gana otro lo pierde. También es cierto, como ha dicho el gobierno, que el país, favorecido por la coyuntura, no atraviesa una crisis política o económica. Quien la sufre es el Frente, él sí sometido a una crisis ideológica profunda que le impide atender adecuadamente cualquier problema, cualquiera sea el área en que se presente, y que se agudiza en tanto son muchos y doctrinariamente muy diversos los partidos que lo integran.

Su presidente ha adelantado que el Frente debe promover una profunda discusión ideológica que se traduzca en una renovación programática. Ello es absolutamente cierto. El tema es que esa enfermedad la sufre desde la implosión del socialismo hace treinta años, sin que nada, que no fuera un ya fracasado populismo, haya logrado llenar ese hueco. Un acrecido agujero negro que le impide reaccionar ante los desafíos que supone dirigir un país. ¿Cómo, desde su óptica, dirimir si el agro, los "idiotas rurales" según Marx, constituye la confluencia de la oligarquía rentista terrateniente con el pequeño campesino retardatario o se trata de un necesario empresariado al que debe estimularse? ¿Qué lugar ocupan los habitantes del campo en la lucha de clases? ¿La inversión extranjera en él, debe estimularse o rechazarse? ¿UPM, aumenta o disminuye la explotación? Preguntas que, en rigor, el Frente, perdida su ideología, ya no puede responder.

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