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El 68 francés

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Hebert Gatto
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Hace 50 años, en medio de los esplendores de ma-yo, estalló en París una revuelta estudiantil empeñada en proclamar una nueva forma de convivencia. Una propuesta generacional para modificar los vínculos entre las metas revolucionarias clásicas (sin abandonarlas expresamente) y la "poética de la existencia", como reformulación de las relaciones sociales. Procurar esclarecer por qué esa atípica rebelión etaria hoy es rememorada, positiva o negativamente, como un hito del siglo veinte, motiva esta nota.

Los sucesos que la conformaron son pocos y acotados: cercadas por protestas, el 2 de mayo sus autoridades cierran la Universidad de Nanterre en los suburbios de París; lo mismo ocurre el día siguiente con la propia Sorbona (en medio de violentas manifestaciones estudiantiles). En horas posteriores se agudiza el conflicto, que reconoce a los hasta entonces desconocidos Daniel Cohn Bendit, Jacques Sauvageot, Alain Geisnar, Alain Krivine, entre otros, como sus líderes.

El 6 de mayo el movimiento se propaga a provincias. El 10 se levantan barricadas por todo París con cientos de arrestados y más de mil heridos. Tres días más tarde las centrales obreras comunista y cristiana adhieren al paro que gana al país entero. Entre el 15 y el 20 desaparecen la gasolina, el metro, el correo así como trenes y aviones. Se cortan rutas, el Estado, luce impotente. La oposición adhiere a la rebelión. Se extradita a Cohn Bendit. De Gaulle, envejecido, habla sin éxito en televisión. Grupos de intelectuales, con Sartre a la cabeza, se pliegan a la revuelta. Se teme por la estabilidad del Estado.

El 27, los acuerdos sindicales de Grenelle para cerrar el conflicto, bajo directivas comunistas, son repudiados por los obreros.

Sin embargo el 29, tan sorpresivamente como había estallado, comienza el reflujo. De Gaulle, con apoyo del Ejército, disuelve la Asamblea Nacional. Sin reacciones fábricas y oficinas se reabren. En junio la policía evacúa la Sorbonne y el 23 y 30 de ese mes, en elecciones generales, la ciudadanía se pronuncia abrumadoramente a favor del gobierno.

La revuelta había terminado, no así su recuerdo.

La brevedad de los hechos, no significa unanimidad sobre causas y sobre todo, consecuencias. El mundo del 68 se sobrecogía bajo la guerra fría y el fantasma de la mutua exterminación. En ambos bandos se aspiraba a la paz. Estados Unidos vivía en Vietnam la sangría de una guerra perdida; la Unión Soviética, enfrentada al comunismo chino y al cisma yugoslavo, exhibía la ruina de un imperio gerontocrático ya marcado por la temprana rebelión húngara. El desasosiego definía el momento. Sin embargo Francia, símbolo del primer mundo, no parecía, pese a la pérdida de Indochina primero y de Argelia luego, el centro de una crisis subyacente. De Gaulle había afianzado al estado de bienestar al tiempo que la profunda humillación de la guerra, parecía superada.

Quizás eso explique que la revolución (sí así cabe llamarla), no fuera un alzamiento político social, co-mo sus antecedentes clásicos. Ni la señera 1789, ni 1830, ni 1848, ni 1870 en Francia y mucho menos 1917 en Rusia, eran sus precedentes. Aquí una demanda universitaria clásica se transformó en una revuelta de objetivos primariamente espirituales.

Pese a que su enemigo manifiesto siguiera siendo el materialismo y el oxidado espíritu burgués que, capitalismo mediante, oprimía a la sociedad, los estudiantes, a diferencia de la burguesía de la "Gran Revolución", no buscaban la integración ni el fin de las clases sociales, como los "sans culotte" o los obreros y campesinos soviéticos. Menos bregaban por un socialismo de base economicista, aunque lo invocaran ritualmente. Sus aspiraciones eran otras: ocio, libertad sexual, espontaneidad, ruptura de agobiantes lazos familiares, fin de las rutinas.

Sus consignas resca- taban los sentidos, el disfrute vital, el quiebre de je- rarquías, descontracturar la existencia: "Prohibido prohibir "Bajo los adoquines se encuentra la playa" o "No te fíes de nadie de más de 30 años", fueron sus más conocidas proclamas.

Sin embargo no es casual que fuera en Francia, la patria histórica de la modernidad burguesa, donde estalló la rebelión, un reclamo generacional que por su vastedad incorporaba demandas que en otras geografías con diferentes actores, reconocía otras causas y objetivos.

La revolución de ter- ciopelo en Checoslova- quia, la matanza de Tlatelolco, la guerra en Vietnam, el fin de la colonización, la extinción de los intelectuales en China, el asesinato del Che, todo confluía, en un cauce tumultuoso, a veces contradictorio, que incorporaba vertientes o despertaba afluentes, aún luego que mayo hubiera cesado de fluir.

También la rebelión estudiantil en Montevideo, con su secuela de jóvenes víctimas, reclamó su lugar. Al igual que lo hizo el cordobazo argentino, unos meses después. Sin embargo la guerrilla uruguaya, resabio de otras tradiciones, rehusó filiaciones. Quizás por ello, por su perfil novedoso, encrespado, plagado de emergentes, de revuelta contra represiones centenarias, el 68, "el año que cambió todo", significó una haz hacia el futuro, pero también, la clausura de un tiempo histórico. Allí cesó la modernidad y comenzó la posmodernidad, que la implosión soviética confirmaría.

A mediados de julio para Francia, la rebelión, como acontecimiento político interno se acalló, no así sus consecuencias. Desde ella, los símbolos más preciados de la izquierda revolucionaria (al igual que muchos remanentes del mundo conservador) poco a poco y sin admitirlo, dejaron de operar. Aunque en lo inmediato ello no fuera reclamado.

En 1968 se extinguió el proletariado como sujeto revolucionario, la revolución como utopía antropológica, el socialismo como edén social; también comenzó la decadencia del estado de bienestar, de la sociedad integrada y de la familia tradicional.

Otras esperanzas, más individualistas despertaron, promoviendo una nueva época que pese al medio siglo transcurrido aún bullen informes.

El mayo francés podrá ser olvidado pero sus efectos, reales o míticos, ciertos o atribuidos, ya son parte del imaginario de Occidente. Por más que se trató de un fenómeno más propio del primer mundo que de la atrasada realidad latinoamericana, por entonces todavía encandilada por viejas utopías.

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