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Un film sobre la autorredención

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HEBERT GATTO
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Una noche de doce años, desde setiembre de 1973, en que fueron aislados de sus compañeros, hasta el 14 de marzo de 1985, es la que soportaron nueve miembros del M.L.N. escogidos por la dictadura militar uruguaya por su calidad de dirigentes de esta organización para un castigo cruel y personalizado. Ese larguísimo martirio es lo que cuenta este film uruguayo, argentino, español, basado en el libro “Memorias del calabozo”, escrito por dos de las víctimas, Eleuterio Fernández Huidobro y Mauricio Rosencof, dirigido por Alvaro Brechner. La película relata la inhumana peripecia de sus autores y del también rehén, José Mujica Cordano, en su repetido descenso a las profundidades de decenas de claustrofóbicas mazmoras en ignotos cuarteles diseminados en la apacible geografía de la penillanura oriental.

Aljibes insondables de perennes humedades, cubículos recónditos de muros terrosos y techumbres abruptas, espacios cochambrosos apretados y cerrados, en los que se marcaban superficies aún más reducidas que los harapientos prisioneros no podían traspasar sin castigo. Aislamiento continuo, silencios sepulcrales o ruidos intolerables, vapuleos sorpresivos, humillaciones continuas, total ausencia de intimidad. En suma, condiciones vitales extremas y sofocantes. Como ahora sabemos, el plan de los comandos era quebrar biológica y sicológicamente a los prisioneros, deshacer su personalidad, pulverizar su dignidad, enterrarlos en vida con la amenaza de una ejecución inminente, permanentemente reproducida. El film, sin nunca excederse en efectos, tiene la virtud de hacernos rememorar en sus sombrías imágenes todo el horror que un conjunto de seres humanos, conciudadanos de una misma patria, pueden causar a otros. Un fenómeno del que la humanidad y en particular el siglo XX tuvo, y aún tiene, suficientes muestras y que es tan fácil de olvidar.

Paralelamente Brechner, fiel a las memorias de su libreto, recupera la capacidad de resistencia de esos tres despojos, que poco a poco, sorteando la locura, muy presente en Mujica y a la desesperación que los acosa, van hallando mínimas formas de rescatarse, fundamentalmente cuando, a costa de despellejar sus nudillos, consiguen comunicarse entre sí y saberse sobrevivientes. En otras ocasiones obteniendo signos de humanidad de algún guardia, hurtando hojas de diario de letrinas desprevenidas o prestando, como Cyranos, favores intelectuales a los mismos. Por momentos rebelándose, a todo riesgo, como si los tocara la inmortalidad, o venciendo, a pura instrospección, las debilidades de sus captores. O aprovechando las escasas, pero fundamentales dosis de humanidad presentes en el opresivo Uruguay de los setenta, pero también, en las cárceles de todos los tiempos. En ese plano el film trasmite acabadamente un mensaje que rebasa países y circunstancias, un símbolo de resistencia que motivó que en Venecia se le otorgara el premio del público y veinticinco minutos de ovaciones.

Otra cosa es la valoración política que la película evita, pero a la que, más allá de sus intenciones, no puede sustraerse. Fundamentalmente entre los uruguayos, o quizás los rioplatenses, que jamás deberíamos olvidar, aún cuando su sufrimiento estremezca, que para la difícil historia de la democracia, los guerrilleros fueron movimientos terriblemente negativos. Solo aportaron para el desarrollo de una angustiante tiniebla de más de una década.

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