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Elecciones uruguayas

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HEBERT GATTO
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En cada país los procesos electorales tienen, además de sus naturales semejanzas, características que corresponden a cada una de ellos.

En tal sentido las recientes elecciones uruguayas también exhiben su singularidad. Estratégicamente no las ganó -pese a que visto su ventajoso posicionamiento para la segunda vuelta pudiera parecer lo contrario-, la anunciada coalición opositora, sino que claramente las perdió el partido de gobierno. Muy probablemente Luis Alberto Lacalle ocupará la presidencia de la República, más que por sus propios resultados electorales -regulares o a la baja en ambos partidos tradicionales-, por la notoria declinación del oficialismo. Lo cual no significa quitarle méritos ni a la campaña ni a la estrategia del Partido Nacional o del colorado. Es fácil demostrarlo.

En relación a los comicios del 2014, el Frente Amplio perdió 194.824 votos, lo que equivale al 8.7% de su acervo electoral. Simultáneamente el PN los bajó en un 2.4% mientras los colorados sufrieron una pequeña disminución. Es esta abultada caída de los votos frentistas la causante de sus males, no el inexistente crecimiento de sus rivales tradicionales. La aparición de Cabildo Abierto con un 10.88% de votos más su anunciado voto a la coalición anti oficialista, junto a las definiciones del PI y del Partido de la Gente, un 2% adicional, explica que la actual diferencia entre ambas formaciones, sea un 14.6%. Aproximadamente 330.000 sufragios, un guarismo que excluyendo este 2% adicional, en elecciones anteriores inexistente, es aproximadamente similar a las pérdidas frentistas.

Cabe precisar que la disminución del FA no fueron transferencias directas a Cabildo Abierto. Fueron, mayoritariamente, traspasos realizados a blancos y colorados, los cuales a su vez perdieron sus votantes de derecha al cederlos a Cabildo Abierto. Ello les permitió conservar con las disminuciones comentadas, sus guarismos electorales anteriores. Este juego de traslados explica en lo sustancial los resultados de estas elecciones. No así los nuevos votantes, alrededor de 200.000 que conservaron, pese a cierta declinación, su vocación hacia la izquierda. Tampoco la aparición de Cabildo, que recibe votantes de derecha, hasta ahora ubicados en los partidos tradicionales.

Con estos resultados, lo previsible es que en segunda vuelta, triunfe la coalición opositora. Parece difícil que el Frente pueda descontar 14,7 puntos que la separan de sus rivales, mucho menos luego de las inmediatas definiciones partidarias en su contra. Para obtenerlo, aún suponiendo que ningún frentista desertara, necesitarían que alrededor de 175.000 personas cambiaran su voto. 2/3 del PC y un cuarto de Cabildo o viceversa. Para ello anunciaron que promoverán la deserción al interior de los partidos opositores. Aún si lo lograran y triunfaran se ignora como conseguirán más tarde el apoyo de los mismos en un Parlamento donde ya son minoría. Ambas estrategias resultan irreconciliables.

El Frente gobernó solo y con soberbia durante quince años. Ahora no está en condiciones de pedir ayuda a los que antes despreció. Tampoco es cierto que la segunda vuelta refiera a una elección exclusivamente entre fórmulas. Cada una de ellas representa un bloque ideológico. ¿No es exactamente esto lo que por siempre predicó la izquierda?

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