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Elecciones en España

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HEBERT GATTO
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España nos importa y nos duele. Como un lejano lecho nupcial. Allí nacimos hace muchos siglos, adquirimos el idioma que nos singulariza y la cultura que nos individualiza.

La misma que nos integra a una nación sin fronteras ni gobierno, ni ejércitos. La del alma y de la historia. La misma que antes del descubrimiento supo integrar a celtas, romanos, judíos, visigodos y árabes en una formidable síntesis. Más tarde, en la nueva cuna, no sin muchas injusticias y difícil aculturación aún irresuelta, que el pasado toleraba, lentamente comenzamos a admitir a los habitantes originales, y más tarde, más fácilmente, a innumerables inmigrantes que los siglos asentaron. Sin jamás rechazar los robustos traslados desde la Península.

Por eso, a uno y otro lado del Atlántico, dando y recibiendo, conformamos una patria multicultural y multiétnica que no por ello carece de filiación común y de una comunidad espiritual. Aún cuando no siempre los gobiernos hispanoamericanos y a veces los propios pueblos que integramos el cúmulo, hayamos entendido la unidad de nuestros orígenes. Es con ese espíritu que queremos referirnos a las recientes elecciones españolas. Para la península estos comicios suponían dos retos trascendentes.

El más inmediato se relaciona con la reconfiguración de su estructura partidaria, momentáneamente perdida la hegemonía de los dos grandes partidos que, pasado el franquismo se dividieron el poder hasta el 2016. Primero bajo el dominio parlamentario del Partido Socialista Obrero Español, que luego de la feliz transición de Adolfo Suárez (1976/81), condujo al país en la senda del crecimiento y la modernización con Felipe González. Hasta el camino también exitoso de la centro derecha emprendido por Gustavo Rajoy en el 2011, en sus finales empantanado por la corrupción.

En el 2016, derrocado Pedro Sánchez por la interna de su propio partido, el futuro del P.S.O.E. lucía sin esperanzas. Sin embargo, reconquistado el cargo de Secretario General, hoy, con 123 diputados en el nuevo Congreso, reaparece como la principal fuerza política de España. En un renacimiento casi milagroso. Es así que se reconstruye parcialmente el sistema interpartidario, que tiene al P.S.O.E. como dominante (pero sin mayoría), al P.P. en segundo lugar con 66 escaños (con pérdida de más de la mitad de sus legisladores) y un fortalecido Ciudadanos en tercer lugar, con 57.

Podemos, la izquierda radical, recoge 42, perdiendo 31, mientras Vox, la extrema derecha, suma 24. Por tanto el bipartidismo no se reconstruye. Tampoco emerge una izquierda predominante, mientras se diluye el peligro del Populismo, el centro izquierda, junto al moderado centro derecha de Ciudadanos, asumen la hegemonía. Aún cuando aparentemente, no formarán coalición. En cuanto al independentismo, la segunda clave de estas elecciones, no hubo mayores modificaciones.

Aunque los independentistas mejoraron en algunas bancas, siguen, vista la indefinición del declinante Podemos, sin obtener mayoría absoluta en su región. El P.S.O.E, enmendando su anterior error no los incluirá en un acuerdo, con lo cual sus indebidos afanes secesionistas serán nuevamente ignorados por el Parlamento.

Tampoco es claro que Puigdemont y Cía, obtengan ningún perdón judicial.

No lo merecen.

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