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Las elecciones en Brasil

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hebert gatto
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Aun cuando las recientes elecciones brasileñas no hayan tenido carácter nacional igualmente permiten auscultar, y con la debida prudencia evaluar, las inclinaciones partidarias generales de los ciento cuarenta y siete millones novecientos mil ciudadanos convocados para participar en ellas.

Una parte sustancial de los habitantes de nuestro continente. Y esto no solamente porque se eligieron o se elegirán en segunda vuelta a las autoridades de las grandes ciudades del país sino porque lo mismo se hizo con más de cinco mil quinientos de las agrupaciones urbanas medianas y pequeñas del gigante Sudamericano.

En este sentido puede decirse que si resulta lícito proyectar a un plano general elecciones locales, en estas entre los triunfadores se encuentran los partidos agrupados en el centro del espectro político, el denominado “Centrao”, (MDB, PP.,PSD, DEM), mientras los grandes derrotados fueron los políticos auspiciados por el presidente Jair Bolsonaro. Y de forma indirecta el propio Bolsonaro, que no logró impulsar a ninguno de sus candidatos en las urbes más populosas del país, como San Pablo, Río de Janeiro, Belo Horizonte, Recife, Salvador o Curitiba entre otras. Tanto que en San Pablo donde se jugaba un partido decisivo, su candidato Carlos Russomano quedó cuarto con únicamente alrededor del 10% de los sufragios. Mientras su propio hijo si bien fue reelecto, disminuyó en aproximadamente un 50% su votación del 2018.

Por más que estos comicios no sólo señalan un retroceso del oficialismo, también, de manera bastante sorprendente, muestran la declinación electoral del hasta hace poco imbatible Partido de los Trabajadores (PT), cuyos elegidos fueron en general derrotados. Un fenómeno directamente relacionado con las denuncias de corrupción que siguieron erosionando de manera lenta pero persistente, la popularidad del otrora invencible PT y del propio ex presidente Lulla Da Silva con un descenso de su popularidad, inimaginable pocos años atrás. No por ello debe hablarse de una crisis de la izquierda en su conjunto, que logró, a través de un desprendimiento del PT, quedar en segundo lugar en San Pablo, a la espera de la segunda vuelta, con un porcentaje interesante de adhesiones. Lo mismo que consiguió Manuela DÁvila en Porto Alegre al poder convertirse en la primera alcaldesa de la ciudad, en representación del Partido Comunista del Brasil.

En síntesis todo parece indicar que los brasileños, confirmando la inestabilidad de su sistema de partidos, hubieran vuelto a elegir a políticos más tradicionales en lugar de candidatos antipolíticos por los que habían optado en las elecciones del 2018. En una vuelta hacia el centro del espectro político, con derivaciones del mismo hacia derecha e izquierda, pero regresando a políticas institucionales evitando que el desenfrenado populismo que represa Bolsonaro, pese a sus altos índices de popularidad personal, salga fortalecido. Lo cual, sumado a la derrota de Donald Trump en los Estados Unidos podría estar indicando un retroceso del rampante populismo mundial de la última década (atenuado por lo que ocurre en Perú), si bien resulta difícil evaluar cuál será su real entidad y en que medida la democracia liberal, principal víctima de esta patología, podrá recuperarse.

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