Como pudimos apreciar, el martes 20 de octubre, los senadores José Mujica y Julio María Sanguinetti, ambos ex presidentes de la República y personajes de amplia relevancia en la política nacional, renunciaron a sus bancas como Senadores.
El hecho, que concitó la participación de todas las bancadas, admite varias lecturas, pero dada su relevancia, una de ellas destaca sobre las restantes. Nos referimos a la importancia que para la institucionalidad uruguaya reviste el hecho que ambas figuras hayan acordado retirarse en la misma fecha recibiendo por ello un homenaje conjunto de sus pares.
Julio María Sanguinetti, quien encabezó el primer gobierno democrático posterior a la dictadura, enfrentó en su momento al guerrillero de los sesenta y setenta, con críticas severas al accionar de su movimiento. Eso no impidió que ahora, cuarenta años después, él y Mujica se despidieran del Parlamento fundidos en un emotivo abrazo. El ex líder tupamaro afirmó que pese a los avatares de su accidentada vida, donde soportó más de una década de inhumana prisión, abandonaba su rol parlamentario sin odios ni rencores, asumiendo que esa actitud, de comprensión hacia el otro, era la única compatible con la vida democrática. Por su lado, Sanguinetti, reivindicó su carácter de hombre de partido y el rol fundamental que ellos cumplen en la vida institucional de una nación. El homenaje que ambos brindaron al país y que éste retribuyó, resulta la mejor prueba de la solidez de las instituciones democráticas del Uruguay, y de su arraigado pluralismo. Nada más diferente y contradictorio que la cosmovisión que cada uno de ellos mantuvo sobre el futuro del país en aquellas décadas infaustas. Sin embargo, esa distancia no impidió, que uno y otro cierren su vida parlamentaria reconociendo sus respectivos valores y su común dignidad, por encima de las enormes diferencias en su pasado. Un fenómeno de empatía política casi imposible de hallar en cualquier otro país de nuestro crispado continente. Aún en casos tan cercanos como el de los hermanos argentinos.
Es cierto que el hecho admite otras miradas. Para el caso, el antiguo líder de una revolución armada, que quiso cambiar los destinos de la nación, generando una injustificada violencia, termina como líder de una fracción política y como representante nacional, reconociendo implícitamente las bondades de la democracia liberal. La misma que hoy rige nuestros destinos. Sin olvidar que a su pasado, sin desdeñar factores derivados del propio gobierno de la época, debemos el dolor de doce terribles años de dictadura militar. No porque los tupamaros hayan causado mecánicamente la dictadura castrense, que no fue el caso, sino porque sin ellos esta no hubiera prosperado.
A la tardía conversión del MLN al proceso democrático, nunca le siguió, ni de su parte ni de la de este grupo, un franco y abierto reconocimiento del pecado cometido al atentar contra las instituciones. Así como no fue válido luego, pretender cambiar la historia del país para justificar sus acciones. Aunque, sin omitir ese pesado débito, el actual gesto de ambos ex mandatarios al retirarse como hermanados guerreros, son un tardío reconocimiento del valor de la democracia liberal uruguaya.
Bienvenido sea.