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El debate electoral

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Hebert Gatto
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En una decisión inesperada y contraria a lo manifestado por alguno de sus propios aspirantes, el Frente Amplio prohibió a sus candidatos a Intendente de Montevideo la participación en debates en el marco de las próximas elecciones departamentales.

Su presidente, Javier Miranda, anunció que acordó con Villar, Martínez y Carolina Cosse que ni debatirán ni se reunirán con el Presidente Lacalle, alegando que le “preocupa una campaña polarizada”, insinuando que la discusión pública entre candidatos intensificaría sus diferencias. Pero lo cierto es que la resolución adoptada resulta egoísta y lamentable.

Según adelantan las encuestas, la ventaja que mantiene la izquierda frentista en la capital, si bien tendería de modo leve a reducirse, parece indescontable. Ello lleva a pensar que un debate, aun cuando el mismo resultara catastrófico para ella -eventualidad muy poco probable-, no tendría potencialidad como para revertir las cifras. La clara hegemonía que el Frente mantiene en el cinturón periférico de la ciudad, más su indiscutible predominio en sectores vinculados con la cultura y entre los numerosos funcionarios estatales capitalinos, hace presumir que dicha ventaja resulta irrebasable.

Un fenómeno de inclinaciones políticas de compleja causación, que como se ha constatado en las elecciones nacionales, se revierte con el voto del interior de la República. Y que obliga a pensar en una grieta, si así cabe calificarla, de naturaleza geográfica y/o antropológica. En este panorama y pese al riesgo mínimo que la realización del debate supondría para el Frente, éste lo desautoriza.

La única conclusión es que a esta negativa no la motiva el deseo de realizar una consulta electoral lo más profunda e ilustrada posible, donde los electores tengan la posibilidad de aquilatar de la mejor forma las aptitudes de los candidatos, un objetivo al que tienden este tipo de actos en las mayores democracias del mundo, sino únicamente al ánimo de asegurar su resultado. Puesto que nos encontramos adelante -razonan los frentistas-, no vale arriesgarse, aunque ello quite instrumentos a los ciudadanos para elegir adecuadamente. En definitiva, estiman, no son ellos los que importan sino el triunfo electoral, fueren cuales fueren los renunciamientos democráticos exigidos para conseguirlo.

Se dirá que esta motivación es un supuesto no confirmado y que, como el Frente expresó, lo único que pretende al rehusar el debate es mantener moderación y respeto a las formas, que podrían tensarse en una discusión excesivamente apasionada. Pero la excusa es notoriamente falsa. Si algo muestra esta campaña es su falta de emoción y el escaso interés de una ciudadanía que la vive con enorme indiferencia. Como un fenómeno poco atractivo y motivador, lejano a una aguda confrontación. La democracia, cualquier sea el área sobre la que se extienda, requiere participación, diálogo, información, capacidad para argumentar y porqué no, ámbitos para generar consensos y aminorar disensos. Para esos fines el debate, la confrontación de puntos de vista, el alegar razones y exhibir propósitos resulta un arma fundamental. Negar este arbitrio, en estas o en cualquier elección es muestra de pequeñez y poca confianza, tanto en las elecciones como en los ciudadanos.

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