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Coronavirus y política

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hebert gatto
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Como es notorio, las exigencias que la epidemia de Covid 19 imponen a la salud y la economía, no se limitan a ellas; se manifiestan en otros aspectos, como la vida política, donde su influencia resulta igualmente determinante.

Seguramente no ocurre lo propio en los países autoritarios o totalitarios, donde sus directivas no admiten réplicas. Se hace lo que se ordena. El caso de China, ese gran oxímoron contemporáneo donde una economía capitalista convive con un orden comunista de partido único, resulta el ejemplo más evidente de esta conjunción. Lo que no impide que algunos despistados alaben la presunta eficacia sanitaria de semejantes modelos y soliciten su traslado.

Hasta ahora ignoramos que pasa en Corea del Norte, una suerte de sarcófago civilizatorio regido por un comunismo teocrático que pese a situarse en Asia, denuncia no tener muertes por la virosis. O en Irán donde las cifras oficiales solo las reconocen sus imanes. O en Siria donde conviven virus con kaláshnikov. Tampoco sabemos que ocurre en Rusia, donde el neo estalinismo vigente anunció un único muerto, o en distintos países africanos, varios en guerra entre sí o con conflictos internos, donde se desconoce la expansión de la enfermedad.

Sucede que allí, además del miedo natural a la pandemia, existe un temor largamente implantado de orden sociopolítico. El mismo que denunciaba Montesquieu en los imperios y reinos de la antigüedad, donde la supervivencia dependía de la omnímoda voluntad de sus dirigentes locales o nacionales, ya un hombre, ya una oligarquía, ya un partido. Con experiencias que prosiguen en el presente. Alcanza con reparar en un hecho a primera vista menor. En Filipinas, una vieja autocracia, se acaba de decretar que las tropas pueden disparar indiscriminadamente contra quien viole la cuarentena. En todos estos casos el terror ante la muerte percute en una angustia social ancestral, que duplica sus efectos.

No es esto lo que ocurre con los regímenes pluralistas de Occidente. Aquí, la clave más importante es la democracia, el régimen que pese a sus imperfecciones ha conseguido derrotar al miedo social, el temor a los semejantes y a los que mandan. Ésa, tan a menudo ignorada, es su variable explicativa central. El gran logro del Iluminismo al que se sumaron los posteriores aportes del liberalismo, como reconocimiento de cada ser humano como individualidad irrebatible. Lo que no significa, como decíamos, eliminar el temor personal, un sentimiento instintivo que todas las especies mantienen y constituye un indispensable mecanismo de supervivencia. Una reacción que mezclada en dosis variable con la solidaridad, nos permite mantener un aislamiento social, de otro modo muy difícil de soportar, pero no hay que olvidarlo, que bien puede ceder ante la histeria colectiva.

En notas anteriores hemos insistido en el hecho que Occidente está sometido a un devenir irreversible de globalización ( perjudicada por el predominio de oscuras estructuras financieras) sin que en este proceso se hayan procurado grados apreciables de coordinación política. Ya sea entre naciones o a través de organismos internacionales, como la OMS, hoy severamente limitada. Avanzar en este terreno, y reafirmar la democracia contra todas las amenazas naturales o tribales es el único camino. ¿De que sirve sobrevivir como esclavos?

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